Salvatierra, quien, apoyado por algunos personajes de igual parecer, dirigio un memorial al consejo en el que proponia lo que a su entender constituia la unica solucion: la castracion de todos los varones moriscos, ya fueran adultos o ninos.

Hernando sintio un escalofrio al tiempo que notaba como se le encogian los testiculos. Acababa de leer la carta remitida por Alonso del Castillo desde El Escorial, en la que este le comunicaba el contenido del informe del obispo Salvatierra.

—?Perros cornudos! —mascullo en el silencio y la soledad de la biblioteca del palacio del duque.

?Serian capaces algun dia los cristianos de llevar a cabo tan horrendo acto? «Si. ?Por que no?», se contestaba Castillo en la carta ante esa misma pregunta. Hacia tan solo quince anos que el propio Felipe II, instigador de revueltas y protector de la causa catolica en Francia, habia reaccionado con entusiasmo al saber de la matanza de la noche de San Bartolome, en la que los catolicos aniquilaron a mas de treinta mil hugonotes. Si en un conflicto religioso entre cristianos, aducia el traductor en su carta, el rey Felipe era capaz de mostrar publicamente su alegria y satisfaccion por la ejecucion de miles de personas —quiza no catolicas, pero cristianas al fin y al cabo—, ?que misericordia podria esperarse de el si los condenados no eran mas que un hatajo de moros? ?Acaso no habia considerado el monarca espanol la posibilidad de ahogarlos a todos en alta mar? ?Moveria un solo dedo el Rey Catolico si el pueblo se levantaba y, siguiendo los consejos de ese memorial, se lanzaba a castrar a todos los varones moriscos?

Releyo la carta antes de arrugarla con violencia. Luego la destruyo tal y como hacia con todas las comunicaciones que recibia del traductor. ?Castrarlos! ?Que locura era aquella? ?Como un obispo, adalid de aquella religion que ellos mismos tildaban de clemente y piadosa, podia aconsejar esa barbaridad? De repente, su trabajo para Luna y Castillo se le mostro de todo punto intrascendente; los sucesos se les adelantaban a un ritmo vertiginoso, y para cuando Luna hubiera puesto fin a su panegirico acerca de los conquistadores musulmanes, hubiera obtenido la licencia necesaria para su publicacion, y por fin el texto llegara a ojos de los cristianos, ya los habrian exterminado de una forma u otra. ?Y si Abbas y los otros moriscos que eran partidarios de una revuelta armada pudieran llegar a tener razon?

Se levanto del escritorio y paseo por la biblioteca, arriba y abajo, ofuscado, retorciendose las manos, mascullando improperios. Le hubiera gustado poder comentar esas noticias con Arbasia, pero el maestro habia abandonado Cordoba hacia ya unos meses para pintar en el palacio del Viso, contratado por don Alvaro de Bazan, marques de Santa Cruz. Habia dejado tras de si una majestuosa capilla del Sagrario en la que destacaba la para el enigmatica figura que se apoyaba en Jesucristo durante la Santa Cena.

—Lucha por tu causa, Hernando —recordaba que le animo, ya montado en una mula, de la mano de un arriero.

?Como luchar contra la propuesta de castrarlos?

—?Perros hipocritas! —grito en el silencio de la biblioteca.

?Hipocrita! Asi habia descrito Arbasia al propio rey Felipe en uno de sus encuentros. «Vuestro piadoso rey no es mas que un hipocrita», le dijo sin ambages.

—Poca gente sabe —le conto despues— que el rey Felipe esta en posesion de una serie de cuadros eroticos que encargo en persona al gran maestro Tiziano. Tuve oportunidad de ver uno de ellos en Venecia, una obra de arte en la que Venus, desnuda, se aferra lascivamente a Adonis. Son varios los cuadros que pinto para el monarca cristiano, con diosas desnudas en diferentes posturas. «Para que le resulten mas agradables a la vista», le escribio el

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