Una noche trataba de ajustar las medidas de las letras a un alif previamente dibujado. Rodeo la primera letra del alifato arabe con una circunferencia en la que el alifera su diametro, y se ejercito en trazar las demas conforme al canon que marcaba aquella circunferencia. No llevaba ni media hora de ejercicio cuando comprobo que por mas que se esforzase, no conseguia que la ba, horizontal y curvada, se circunscribiese a las medidas de aquella circunferencia ideal ni a la posicion que debia ocupar en el plano con respecto al alif.
Rompio los papeles, se levanto y decidio ir a jugar al garito de Coca pese a que le tocaba perder. Llevaba dos noches perdiendo y aun asi, Pablo le anuncio que todavia deberia hacerlo otra mas.
—No puedes ganar siempre —le habia advertido—. Es posible que nadie reconozca nuestra flor, pero todos pensarian que algo extrano sucede si siempre ganas y no tardarian en asociarte conmigo. Por mas que me mueva de una tabla a otra, saben que eres mi amigo. Deja que corran los dineros.
A partir de ahi, Pablo le marcaba los dias en que obtendria beneficio, ganancias que por otra parte siempre eran muy superiores a la suma de las perdidas acumuladas. Con todo, Hernando se distraia en la casa de tablaje. Por mas que hubiera aprendido, jugaba como un verdadero palomo y apostaba sin sentido salvo en el momento en el que el lobulo de la oreja del coimero se movia. Ademas, cuando salia de la tabla, aprovechaba para visitar la mancebia, donde disfrutaba con una joven pelirroja de cuerpo exuberante y actitud lujuriosa. Antes de abandonar el palacio pregunto por el camarero, ya que le gustaba tenerlo a su lado el dia en que le tocaba perder; asi al menos podia charlar con alguien conocido. El duque se hallaba fuera, en la corte, preparando la invasion de Inglaterra y Jose Caro acudio presuroso.
—No pareces de buen humor —comento el camarero al cabo de un rato de caminar en silencio.
—Lo siento —se excuso Hernando.
Sus pasos resonaban en las desiertas callejuelas del barrio de Santo Domingo. Andaban con energia, el camarero permitiendo que los eslabones y la vaina de su daga entrechocasen y tintineasen, para advertir a quienes pudieran estar embozados en la oscuridad de las noches cordobesas que se trataba de dos hombres fuertes y armados. Hernando llevaba un simple punal escondido en su marlota, violando la prohibicion para los moriscos de portar armas.
Ciertamente no estaba de buen humor. La idea de utilizar a la Virgen Maria para acercar a las dos comunidades seguia rondandole por la cabeza, pero todavia ignoraba como desarrollarla y no tenia con quien comentarla. Uno de los muchos altares que iluminaban Cordoba en la noche asomo al final de la calle por la que transitaban. Si durante el dia la multitud de retablos, hornacinas e imagenes de las calles de la ciudad atraian los rezos y suplicas de los devotos cristianos, por la noche se erigian en verdaderos fanales que parecian indicar algun camino mas alla de la oscuridad reinante. Se trataba de un retablo en la fachada de una casa, con velas encendidas, flores y una serie de exvotos a sus pies. Hernando se detuvo frente a la pintura: la Virgen del Carmen.
—Virgen santisima —murmuro Jose Caro.
—A ella no le toco el pecado —susurro Hernando repitiendo inconscientemente las palabras del Profeta contenidas en los hadices.
—Asi es —afirmo el camarero mientras se santiguaba—: pura y limpia, sin pecado concebida.
Continuaron su camino, Hernando absorto en sus pensamientos. ?Acaso aquel cristiano podia llegar a imaginar que su afirmacion sobre la Inmaculada Concepcion no procedia sino de la Suna, la recopilacion de dichos del Profeta? ?Que