concienzudamente su aparicion. El problema sigue siendo que hacer con esto. —Castillo senalo los objetos depositados sobre la mesa—. ?Como esconderlos para que los cristianos los encuentren?
—Estan derribando la Torre Vieja La Turpiana—apunto don Pedro.
—Seria el lugar idoneo para nosotros —asintio Luna—: el antiguo alminar de la mezquita mayor.
—?Cuando? —tercio Castillo.
—Manana es la festividad del arcangel Gabriel —sonrio Hernando.
Los cuatro se miraron. Gabriel era Yibril, el angel mas importante para los musulmanes, el que se encargo de transmitir al Profeta la palabra revelada.
—Dios esta con nosotros. No hay duda —se felicito don Pedro.
Castillo busco con que escribir, luego pidio permiso a Hernando, que se lo concedio con un gesto de la mano, y anadio unas frases en latin y castellano al pergamino, en las que entre otras cosas se ordenaba esconderlo en lo alto de la Torre Turpiana.
Los demas lo observaban en silencio.
—Mas incognitas para los cristianos —anuncio al terminar, entre soplo y soplo sobre la tinta para que se secase—. Manana por la noche, iremos a la torre.
Igual que sucedia con la Turpiana, el cuerpo del campanario de la iglesia de San Jose, en el Albaicin, habia sido el alminar de la mas antigua de las mezquitas de Granada, la Almorabitin, pero a diferencia de lo que estaba ocurriendo con la Turpiana, en este caso se habia procedido al derribo de la mezquita y se mantuvo su alminar. Amanecio un dia que presagiaba sol y calor. Hernando madrugo y merodeo por los alrededores del templo. La noche anterior, antes de retirarse, en un aparte con don Pedro, le habia preguntado sobre el oidor don Ponce de Hervas: queria saber si sus amorios con Isabel habian tenido alguna consecuencia.
—Ninguna —contesto el noble—. Tal como te anuncie, el juez no va a provocar ningun escandalo. Puedes estar tranquilo.
Hernando se recreo en la composicion que formaba la desigual silleria y las lajas de piedra dispuestas en dibujos almohadillados del alminar. Una maravillosa ventana en arco de herradura, manifiestamente musulmana, que se conservaba en una de sus paredes, capto su atencion. Trato de imaginar tiempos pasados, cuando los musulmanes eran llamados a la oracion desde aquel alminar, y estuvo a punto de no reconocer a dos mujeres que, entre los feligreses, abandonaron la iglesia una vez finalizada la misa. Sin embargo, el pelo rubio de Isabel refulgia bajo el sol incluso entre los delicados bordados de la mantilla negra que cubria su cabeza y enmarcaba su rostro. Hernando sintio un escalofrio al verla moverse, orgullosa, altiva, inaccesible. Dona Angela andaba a su lado, vigilante y malcarada. Ninguna de las mujeres se fijo en el; las dos caminaban en silencio, mirando al frente. Permanecio oculto en el quicio de una de las pequenas puertas de una casa morisca y las vio descender en direccion al carmen. La noche anterior, la vision de una iluminada Alhambra habia dado alas a una renacida pasion. Con los ojos puestos en Isabel, las siguio a cierta distancia, entre la gente. ?Que podia hacer? Dona Angela no le permitiria hablar con Isabel y cuando llegara al carmen ya no podria ni acercarse a ella. Se cruzo con cuatro mocosos que holgazaneaban en la calle. Extrajo un real de su bolsa y lo mostro; los muchachos le rodearon de inmediato.