comunidad granadina deportada habia mejorado sensiblemente: la laboriosidad de los moriscos, tan contraria a la haraganeria cristiana, les proporciono cierta prosperidad y muchos de aquellos que se habian visto obligados a vender su trabajo por miseros jornales, poseian ahora sus propios negocios. La gran mayoria completaba sus ingresos con el cultivo de pequenas hazas en las afueras de la ciudad, junto al Guadalquivir. Hasta tal punto, que los gremios cordobeses, como sucedia en muchas otras partes, elevaron solicitudes a las autoridades para que impidiesen que los cristianos nuevos se dedicasen al comercio o a la artesania y limitasen sus actividades a los trabajos asalariados; peticiones que cayeron en saco roto, ya que los cabildos municipales se hallaban satisfechos con la competencia comercial que planteaban los moriscos. Por todo ello, las rencillas entre cristianos viejos y nuevos se agravaban.

Aisha rondaba los cuarenta y siete anos y se sentia vieja y sola. Sobre todo sola. El unico hijo que le restaba no era mas que un enemigo de la fe, un traidor a sus hermanos. ?Que habria sido de sus demas hijos?, se pregunto en el momento en que entraba en el luminoso establecimiento del maestro tejedor. Shamir. Fatima y los ninos. ?Como seria su vida en manos de Brahim? Por las noches, quieta y acongojada, trataba de espantar las imagenes que la asaltaban de Fatima violentada por Brahim; de su propio hijo y de su nieto Francisco, quiza azotados en uno de los barcos, obligados a bogar como galeotes. Pero las imagenes volvian una y otra vez y, confundidas en un tragico aquelarre, atacaban sus duermevelas. ?Musa y Aquil! Se sabia que todos aquellos ninos que fueron entregados a los cristianos tras el levantamiento habian sido evangelizados o vendidos como esclavos. ?Seguirian vivos sus hijos? Aisha se llevo el antebrazo a los ojos y detuvo las lagrimas que ya afloraban. ?Mas lagrimas! ?Como podian esos ojos agotados llorar tanto?

Ganaba un buen salario, si. Todos parecian saber que Hernando estaba detras de ese privilegio, y desde que ella empezo a oir como en su propia casa la llamaban nazarena, en susurros, aquellos dineros de poco le sirvieron. Nadie le hablaba. Primero le desaparecio algo de comida. Y callo. Luego, alli donde ella guardaba los viveres, encontro mendrugos secos de harina de panizo. Y siguio callando, aunque no por ello dejo de comprar viveres que comian los demas. Un dia encontro su habitacion invadida por una familia con tres hijos. Volvio a callar y continuo pagando como si la utilizara ella sola. ?Y si la echaban? ?Donde iria? ?Quien la admitiria? Aun con dinero, no era mas que la nazarena y alli tenia un techo. Otro dia, al volver del trabajo, se topo con sus pertenencias amontonadas en el zaguan de entrada, donde dormia desde entonces, acurrucada junto a la puerta de entrada de la casa.

En la trastienda de la tejeduria, donde se tejia el tafetan en cuatro telares, Aisha se dirigio a su puesto de trabajo, frente a una serie de cestas en las que se apilaban los hilos de seda previamente tintados divididos por colores: azules, verdes y tonalidades diversas; dorados, el conocido rojo de Espana, o los preciados carmesies, obligatoriamente tintados con cochinilla, colorante que se obtenia de un pulgon que vivia en las encinas, nunca con brasil. Ella tenia que encanarlos, desenredar los cabos de los hilos y despues preparar la urdimbre reuniendo uno a uno los hilos de igual longitud hasta devanarlos y enrollarlos alrededor del huso de hierro que se utilizaria en los telares. Cogio un taburete y, tras llevarse la mano a los rinones en gesto de dolor, se sento delante de un cesto. ?Por que la habia abandonado el Todopoderoso?, se lamento ante una madeja de hilos colorados.

Mas alla del estrecho que separaba Espana de Berberia, en un lujoso palacio de la medina de Tetuan, Fatima dictaba una carta a un comerciante judio al que prometio una buena cantidad de dinero por escribirla en arabe, hacerla llegar a Cordoba a traves de alguien de su confianza y volver con la respuesta.

—Amado esposo —empezo a dictar con el nerviosismo presente en su voz—. La paz y la bendicion del Indulgente y del que juzga con verdad, sean

Вы читаете La Mano De Fatima
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату