—?Que hacemos ahora? —pregunto, al tiempo que presionaba el cuello de Nasi con el filo de la daga, como si el lugarteniente tuviera que correr la misma suerte que su patron.
—Vosotros dos —Fatima se dirigio a Shamir y Abdul—, recoged el tesoro de Brahim y escondeos en el puerto, con todos los hombres y los barcos dispuestos para zarpar. Alli esperareis mis instrucciones—. Tu —anadio acercandose al lugarteniente—, acudiras de inmediato a casa del gobernador, Muhammad al-Naqsis, y le transmitiras que Shamir, hijo del corsario Brahim de Juviles, ahora jefe de su familia, le jura lealtad y se pone a su disposicion con todos sus barcos y sus hombres.
—?Y si me negara? —le escupio el hombre.
—?Matalo! —contesto Fatima dandole la espalda.
El inmediato sonido de la daga al sajar el cuello del lugarteniente la sorprendio. Esperaba oir las suplicas del corsario, pero Shamir no le concedio la menor oportunidad. Fatima se volvio en el instante en que Nasi se desplomaba degollado.
—No era una buena persona —dijo simplemente Shamir.
—De acuerdo —resolvio Fatima—. Esto no cambia las cosas. Haced lo que os he dicho.
Al amanecer, Shamir y Abdul partieron hacia el puerto con todo el oro, joyas y documentos de Brahim. Fatima habia ordenado a dos esclavos que preparasen los cadaveres y limpiasen el comedor. Esa misma noche se habia dirigido al ala del palacio donde vivia relegada la segunda esposa de Brahim, a quien informo de la muerte de su marido sin darle mas detalles, pero recalcando que Shamir era ahora el nuevo jefe de la familia; la otra bajo la vista y no dijo nada. Sabia que dependia ahora de la generosidad de ese joven que amaba a Fatima como si fuera una madre.
Por la manana, una vez vestida, Fatima se dirigio a la casa de Muhammad al-Naqsis. Durante el siglo xvi, la ciudad habia pertenecido al reino de Fez, que luego fue tomado por el de Marruecos, y, tras un periodo de independencia, volvio a ser conquistada. El poder central era debil y hasta el palacio de Brahim habian llegado insistentes rumores acerca de que la familia al-Naqsis pretendia declararse independiente. Incluso el propio Brahim lo habia comentado, enojado por la posibilidad de que sus enemigos comerciales se hicieran con el control de la ciudad. Pese a su condicion de mujer, Fatima fue recibida por el gobernador. Los al-Naqsis mantenian rencillas con Brahim por el reparto del corso y la visita de la esposa de su adversario se considero un gesto extrano, que suscito la curiosidad del jefe de familia.
—?Y Brahim? —inquirio Muhammad al-Naqsis despues de que Fatima le jurase fidelidad en nombre de Shamir.
—Muerto.
El gobernador examino a Fatima de arriba abajo sin esconder su admiracion. Tenia delante a la mujer mas bella, y ahora mas rica, de todo Tetuan.
—?Y su lugarteniente? —inquirio, fingiendo aceptar la escueta respuesta.
—Tambien ha fallecido —respondio Fatima, en tono firme aunque sin levantar la vista del suelo, como correspondia a una sumisa mujer musulmana.
«?Fallecido? —penso el gobernador—. ?Eso es todo? ?Que habras tenido que ver tu con ambas muertes?»
El hombre miro a Fatima con cierto respeto. Ella siguio hablando: fue un discurso breve, sin rodeos. El tardo solo unos instantes en decidirse a no hacer