mas preguntas y aceptar la ayuda que aquella generosa viuda parecia dispuesta a poner a sus pies para permitirle alcanzar la independencia.
Al dia siguiente, Fatima, rodeada de planideras, todas vestidas con ropas bastas y los rostros tiznados con hollin, escucho versos y canciones en honor de los muertos. Despues de cada verso, de cada cancion, las mujeres gritaban, se laceraban el pecho y las mejillas hasta sangrar y se arrancaban los cabellos. Durante siete dias repitieron aquellos ritos funerarios.
El anciano judio levanto la vista. Sus ojos se cruzaron con los de Fatima. Ambos sabian que la confesion que acababa de pronunciarse jamas seria repetida en ningun otro lugar. El habia aprendido hacia tiempo a ver, oir y callar. Su pueblo habia sobrevivido, y se habia enriquecido, gracias a la virtud de la discrecion; sobre todo cuando dicha discrecion era muy bien recompensada.
—Senora... —murmuro el entonces, senalando la misiva aun en blanco.
Fatima suspiro. Si... Habia llegado la hora. Con voz firme, empezo a dictar:
—Amado esposo. La paz y la bendicion del Indulgente y del que juzga con verdad sean contigo.
54
Despues de una estancia de dos meses en el puerto de La Coruna, y pese a varias conversaciones de paz y reuniones en las que se desaconsejaba la empresa, la gran armada zarpo definitivamente a la conquista de Inglaterra al mando del duque de Medina Sidonia, que ocupo el puesto del marques de Santa Cruz, tras el repentino fallecimiento de este.
Don Alfonso de Cordoba y su primogenito, junto a veinte sirvientes, entre los que se hallaba el camarero Jose Caro, y decenas de baules con sus pertenencias, trajes, libros y un par de vajillas completas, zarparon en una de las naves capitanas.
Las noticias de la flota que empezaban a llegar a Espana no eran las que cabia esperar de la misericordia del Dios por el que habian acudido a la guerra contra Inglaterra. El objetivo de la armada era reunirse con los tercios del duque de Parma en Dunkerque, embarcarlos e invadir Inglaterra. Sin embargo, tras anclar en Calais, a solo veinticinco leguas de donde se hallaban las tropas del duque de Parma, los espanoles se encontraron con que los holandeses habian bloqueado la bahia de Dunkerque: asi pues, el duque carecia de los medios necesarios para embarcar a sus soldados, sortear el bloqueo holandes y unirse a la flota. Lord Howard, el almirante ingles, no desaprovecho la oportunidad que le brindaba la flota enemiga apinada e inmovilizada en Calais y la ataco con brulotes.
La noche del 7 de agosto, los espanoles observaron como desde la flota inglesa partian hacia ellos, sin tripulacion, a favor de viento y marea, ocho barcos de aprovisionamiento en llamas. Dos de los tan temidos «mecheros del infierno» pudieron ser desviados de su ruta mediante largos palos manejados desde chalupas, pero los otros seis se internaron entre las naves espanolas disparando sus canones indiscriminadamente y estallando en llamas entre ellas, lo que obligo a sus capitanes a cortar las amarras, abandonar las anclas y huir a toda prisa, rompiendo la formacion de media luna que habian adoptado durante toda la travesia. Los ingleses atacaron al comprobar que la armada enemiga perdia su acostumbrada y