de aquel Hernando Ruiz, cristiano nuevo de Juviles, a quien debia encontrar para entregarle la carta que llevaba escondida bajo su camisa; es mas, le echo sin contemplaciones cuando el muchacho insistio en que en esa vivienda habia vivido antes una familia morisca.
—?Ningun hereje ha pisado nunca esta casa! —le grito, y cerro la puerta que daba al zaguan.
«Si por algun motivo no lo encontrases —le habia indicado su padre—, deberas dirigirte a las caballerizas reales. Segun la senora, alli seguro que te daran nuevas de el.» Efrain pregunto como llegar, desanduvo el camino, paso por delante del alcazar, residencia del tribunal del Santo Oficio, y llego a las cuadras.
—No se de quien me hablas —le contesto un mozo con el que se topo nada mas cruzar el portalon de entrada—, pero si se trata de un cristiano nuevo, pregunta en la herreria. Seguro que Jeronimo sabra de el; lleva muchos anos trabajando aqui.
Superado el zaguan de entrada y la nave de cuadras, Efrain se encontro con el picadero central, donde varios jinetes domaban potros. El joven judio se detuvo unos instantes. ?Que diferentes eran aquellos caballos de los pequenos arabes de su tierra! Desde el zaguan, el mozo le llamo la atencion y le ordeno continuar hacia la herreria. ?Por que el tal Jeronimo debia saber de un cristiano nuevo?, se pregunto mientras caminaba en su busca. Encontro la respuesta en la tez oscura y en las facciones arabes del herrador, que lo recibio con una sonrisa que se borro en cuanto supo el motivo de su visita.
—?Que quieres de Hernando? —espeto.
Efrain dudo; ?a que ese recelo? Entre yunques, el horno encendido, herramientas y barras de hierro, el herrador se irguio ante el cuan grande era, respirando con fuerza a traves de su nariz bulbosa.
—?Lo conoces? —inquirio el joven con firmeza.
En esta ocasion fue el herrador quien dudo.
—Si —reconocio al fin.
—?Sabes donde puedo dar con el?
Jeronimo dio un paso hacia el joven.
—?Por que?
—Eso es asunto mio. Solo te pregunto si sabes donde puedo encontrar al tal Hernando. Si es asi y quieres decirmelo, bien; en caso contrario, no pretendo molestarte, ya lo buscare en otro lugar.
—No se nada de el.
—Gracias —se despidio Efrain con la conviccion de que el arabe le enganaba. ?Por que?
El herrador no estaba dispuesto a dar referencia alguna de Hernando, pero quiza fuera conveniente enterarse de las intenciones del visitante.
—Pero si se donde puedes encontrar a su madre —rectifico.
Efrain se detuvo. «La senora exige que la carta le sea entregada a el personalmente o a su madre. Se llama Aisha. No debes hacerlo a ninguna otra persona», le habia advertido su padre.
?Que sucedia con aquella familia?, se preguntaba Efrain cuando llego ante la puerta de la casa de Aisha, en una callejuela estrecha del barrio de Santiago, en el extremo opuesto de la ciudad. Era evidente que Jeronimo le habia mentido; sus ojos oscuros le delataban, y cuando pregunto por Aisha a unas mujeres que trajinaban con tiestos y flores en el patio del edificio, estas le miraron con desden. Efrain era un joven fuerte, probablemente no tanto como el herrador, pero con seguridad mas que el morisco que acudio a la llamada de las mujeres. Y estaba cansado. Durante jornadas habia caminado desde el puerto de Sevilla, adonde arribo en un barco portugues que habia zarpado de Ceuta, y llevaba todo el dia de