segura formacion y se produjo una lucha sangrienta, tras la cual los espanoles se vieron empujados por el viento hacia el norte del canal de la Mancha. Por mas intentos que el duque de Medina Sidonia hizo por regresar y acercarse lo suficiente a las costas de Flandes, las condiciones atmosfericas se lo impidieron. Mientras, los ingleses, sin presentar batalla, se limitaron a vigilar el posible regreso de sus enemigos.
Unos dias despues, el almirante espanol ordeno arrojar por la borda a todos los animales que transportaba la flota y, en condiciones precarias, con el agua y los viveres podridos a consecuencia de la mala calidad de los barriles fabricados con los flejes y duelas con que se tuvieron que sustituir los quemados por Drake el ano anterior, las embarcaciones destrozadas y la tripulacion muriendo a diario por el tifus o el escorbuto, puso rumbo hacia Espana por el norte, rodeando las ignotas costas irlandesas.
El 21 de septiembre, la nave del duque de Medina Sidonia, toda ella envuelta en tres grandes maromas para que no se despedazase, como si de un macabro regalo se tratase, con su almirante agonizante en una litera, atracaba en Santander junto a ocho galeones. Tan solo treinta y cinco navios de los ciento treinta que conformaban la gran armada consiguieron arribar a diferentes puertos. Algunos fueron hundidos durante la batalla en el canal de la Mancha; otros, los mas, se perdieron en las costas irlandesas, donde los temporales se ensanaron en unos navios destartalados, sembrando de naufragios toda la costa oeste irlandesa. Muchos otros, sin embargo, permanecian en paradero desconocido. Algunos dias mas tarde, un correo partia hacia Cordoba: el barco en el que navegaban don Alfonso y su hijo no habia arribado a puerto.
Ante la noticia, dona Lucia dispuso que todos cuantos habitaban el palacio, hidalgos, sirvientes y esclavos, Hernando incluido, acudieran a las tres misas diarias que a tales efectos ordeno al sacerdote que oficiaba en la capilla de palacio. El resto del dia el silencio solo se veia interrumpido por el murmullo de los rosarios que debian rezar a todas horas los hidalgos y la duquesa, reunidos en la penumbra de uno de los salones. Se establecio un estricto ayuno; se prohibio la lectura, las danzas y la musica y nadie oso abandonar palacio si no era para acudir a la iglesia o a las constantes rogativas y procesiones que, desde que se supo el desastre de la armada y la falta de noticias sobre tantas naves y sus tripulaciones, se organizaron en todos los rincones de Espana.
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Todos de rodillas, tras la duquesa, rezaban el rosario una y otra vez. Hernando murmuraba mecanicamente la interminable cantinela, pero a sus lados, por delante o por detras, escuchaba las voces de aquellos cortesanos orgullosos y altivos, que se elevaban con verdadera devocion. Observo en sus rostros la inquietud y la angustia: su futuro dependia de la vida y generosidad de don Alfonso y si este moria...
—No os preocupeis, prima —dijo un dia don Sancho a la hora de la comida: la mesa presentaba un aspecto sobrio, con pan negro y pescado, sin vino ni ninguna de las demas preciadas viandas que se acostumbraban a servir en palacio—, si vuestro esposo y su primogenito han sido apresados en las costas irlandesas, sus captores los respetaran. Suponen un extraordinario rescate para los ingleses. Nadie les hara dano. Confiad en Dios. Seran bien acomodados hasta que se pague su rescate; es la ley del honor, la ley de la guerra.
Sin embargo, el brillo de esperanza que destello en los ojos de la duquesa ante las palabras del viejo hidalgo se fue trocando en llanto a medida que llegaban noticias a la peninsula. Sir William Fitzwilliam, a la sazon capitan general de las fuerzas inglesas de ocupacion en Irlanda, tan solo disponia de setecientos cincuenta hombres para proteger la isla frente a los naturales que aun defendian sus libertades, por lo que no estaba dispuesto a consentir la llegada de tan elevado numero de soldados enemigos. Su orden fue tajante: detener y ejecutar de inmediato a todo espanol hallado en territorio irlandes, fuera de la condicion que fuese, noble, soldado, sirviente o simple galeote.