Los espias de Felipe II y aquellos soldados que con la ayuda de los senores irlandeses lograron escapar a traves de Escocia se explayaron en el relato de estremecedoras matanzas de espanoles; los ingleses, sin la menor compasion o caballerosidad, mataban incluso a quienes se rendian.

Entonces Hernando, preocupado por la suerte de quien le habia tratado como un amigo, empezo tambien a temer por su propio porvenir. Las relaciones con la duquesa habian empeorado aun mas en los ultimos tiempos a raiz del conocimiento de sus amorios con Isabel. Al igual que don Sancho, dona Lucia no le dirigia la palabra; la altiva noble ni siquiera lo miraba y Hernando parecia haberse convertido en una remora impuesta por aquel de cuya vida nada se sabia. Quiza en otras circunstancias no le hubiera dado mayor importancia: odiaba la hipocresia de tan ocioso tipo de vida, pero el favor del duque, su biblioteca y las decenas de libros a los que tenia acceso, asi como la posibilidad de dedicarse por entero a la causa de la comunidad morisca tras el espectacular exito del descubrimiento del pergamino en la Torre Turpiana, eran algo a lo que no queria ni podia renunciar, por mas incomoda que se le hiciera su estancia en el palacio del duque. El cabildo catedralicio encargo la traduccion del pergamino precisamente a Luna y Castillo y el, Hernando, acababa de conseguir dar el sutil punto de curvatura hacia la derecha a la punta de los calamos. Y como si su mano sirviese a Dios, llego a dibujar sobre el papel las mas maravillosas letras que pudiera haber imaginado.

En septiembre de aquel ano, al tiempo que toda Espana, su rey incluido, lloraba la derrota de la gran armada, un joven judio tetuani provisto de cedulas falsificadas que lo acreditaban como comerciante de aceites malagueno, llegaba a Cordoba acompanando a una caravana a la que se habia unido en Sevilla.

Tras superar la aduana de la torre de la Calahorra, mientras cruzaba el puente romano a pie, al lado de unas mulas, el joven fijo su mirada en la gran obra que se abria justo frente a ellos, mas alla del puente y de la puerta de acceso a la ciudad. Recordo las palabras de su padre.

—Por delante del puente encontraras la gran mezquita sobre la que los cristianos estan construyendo su catedral —le habia explicado este antes de que partiera, repitiendo las indicaciones de Fatima, hablandole en castellano para recordarle el idioma que solo utilizaban para tratar negocios con los cristianos que acudian a Berberia. ?Y ahora alli estaba!

El hijo de Efrain, del mismo nombre que su padre, perdio el paso ante la monumental estructura que se alzaba por encima del bajo techo de la mezquita, con unos majestuosos arbotantes a la espera de que se construyesen el cimborrio y la cupula que debian coronar el templo.

—En la fachada principal de la catedral, al otro lado del rio, donde se alza el campanario —habia continuado su padre—, encontraras una calle que asciende hasta la de los Deanes y que llega a otra conocida como la de los Barberos para despues, algo mas arriba, llamarse de Almanzor...

La voz del anciano judio temblo.

—?Que sucede, padre? —se preocupo Efrain, adelantando una mano para ponerla sobre su antebrazo.

—Esa zona a la que debes dirigirte —explico tras carraspear—, es precisamente la antigua juderia de Cordoba, de donde nos expulsaron los cristianos no hace todavia un siglo. —La voz del anciano volvio a temblar. Fatima le explico donde estaba la casa patio en la que vivian y el escucho con paciencia a la senora. ?Cuantas veces habia escuchado la descripcion de aquellas calles de boca de su abuelo!—. Alli estan tus raices, hijo, ?respiralas y traeme algo de ese aire!

La mujer que le recibio en la casa patio no le dio noticia

Вы читаете La Mano De Fatima
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату