contigo...
Fatima se detuvo, ?que decirle a quien hacia siete anos que no veia? ?Como hacerlo? Tenia preparado su discurso, lo habia meditado entre los recuerdos, el llanto y la alegria, pero en el momento de la verdad no le surgian las palabras. El judio, ya mayor, paciente, levanto la mirada del papel y la fijo en la mujer: bella, soberbia y altanera, dura y fria, con una severidad que ahora parecia sucumbir ante la duda. La observo andar de un lado a otro de la estancia hasta atravesar los arcos que daban al patio y volver a entrar; llevarse los dedos cargados de anillos a los labios para luego entrelazarlos por debajo de sus pechos o hacer un gesto al aire con la mano extendida, como si esperase que aquel ademan lograse atraer la fluidez verbal que parecia haberla abandonado.
—Senora —dijo con respeto el comerciante convertido en amanuense—, ?os puedo ayudar? ?Que quereis decirle a vuestro amado?
Los ojos negros de Fatima, brillantes y gelidos, se posaron en el judio. Lo que queria decirle no cabia en una simple carta, estuvo a punto de contestarle. Queria contarle algo tan sencillo como que Brahim habia muerto y que deseaba que Hernando fuera a encontrarse con ella en Tetuan. Que ya nada impedia que fueran felices y que lo esperaba. Pero ?y si se habia casado de nuevo? ?Y si el ya habia encontrado su felicidad? Habian pasado siete anos...
?Siete anos de sumision absoluta! Fatima se planto delante del viejo judio que continuaba observandola con el calamo en la mano.
—Fue un grito —susurro. El anciano hizo ademan de mojar el calamo en tinta pero Fatima se lo impidio—. No. No lo escribas.
Fue un grito el que me desperto, el que me trajo de nuevo a la vida.
El anciano dejo el calamo sobre el escritorio y se acomodo en la silla, animando a la senora a continuar con la historia que pretendia relatar. Sabia de la muerte de Brahim; todo Tetuan sabia de su asesinato.
—?Perro asqueroso! —continuo Fatima—. Eso fue lo que escuche que le gritaba Shamir a Nasi luego, tras el insulto, comprendi que el nino de dieciseis anos ya se habia convertido en un hombre, curtido en la mar, en los asaltos a las naves cristianas y en las incursiones en las costas andaluzas. Sucedio en el patio, alli mismo —anadio senalando hacia la maravillosa fuente que ocupaba el centro del patio porticado, a ras de suelo, con un surtidor que expulsaba el agua desde el centro de un mosaico circular compuesto por diminutas piedras de colores que formaban un dibujo geometrico—. Contemple como Nasi, diez anos mayor que el, el temido corsario de Tetuan, cruel donde los haya, echaba mano a su alfanje ante la ofensa. Temble. Me encogi como llevaba haciendolo en esta miserable ciudad desde que puse el pie en ella. Mi pequeno Abdul, con sus ojos azules airados, acompanaba a Shamir. El reflejo de la hoja del alfanje de Nasi, que este blandia hacia los muchachos, me cego y crei desfallecer. —Fatima callo con los recuerdos perdidos en aquel momento; el judio no oso moverse. De repente la senora lo miro—. ?Sabes, Efrain? Dios es grande. Shamir y Abdul retrocedieron unos pasos, pero no fue para escapar como yo deseaba, sino para desenvainar sus armas, los dos al tiempo, juntos, codo con codo, con las piernas firmemente plantadas en el suelo, como si fueran una sola persona, sin el menor atisbo de miedo. Shamir ordeno a Abdul que se retrasase, que lo dejara solo, y mi pequeno lo hizo, y le guardo las espaldas en un movimiento que parecian haber realizado miles de veces. «?Perro!», insulto de nuevo Shamir a Nasi, manteniendo firme su alfanje por delante de el. «?Cerdo piojoso!», volvio a insultarle.
»Ciego de ira, Nasi ataco y se lanzo sobre el muchacho, pero Shamir, como un felino, se aparto, golpeo el alfanje de Nasi y desvio la estocada. Recuerdo..., recuerdo que el ruido de los aceros al entrechocar hizo temblar las columnas del patio y fue como la senal para que, a su vez, mi pequeno Abdul se revolviese desde la espalda de