dicho.
—Tampoco se escribir...
—Tu hijo...
—?Mi hijo ya no escribe en arabe! —replico Aisha, con la voz tomada por el rencor—. Recuerda bien lo que voy a decirte y trasladaselo a Fatima: el hombre al que amo ya no existe. Hernando ha abandonado la verdadera fe y ha traicionado a su pueblo; nadie de los nuestros le habla ni le respeta. Su sangre nazarena ha vencido. En las Alpujarras ayudo a los cristianos y, a escondidas, salvo algunas de sus miserables vidas. Ahora vive en el palacio de un noble cordobes, uno de los que mato a tantos de los nuestros, como uno mas de ellos, entregado al ocio. En lugar de copiar ejemplares del Coran o profecias, trabaja para el obispo de Granada ensalzando a los martires cristianos de las Alpujarras, aquellos que nos robaban, nos escupian... o nos ultrajaban.
Aisha callo. Efrain la vio temblar, distinguio unas lagrimas que pugnaban por salir de unos ojos enfurecidos y tristes.
—Hernando ya no es mi hijo y no es digno de ti ni de mis nietos —murmuro—. Te lo dice Aisha, aquella que lo concibio violentada, que lo llevo en su seno y que lo pario con dolor..., con todo el dolor del mundo. Fatima, mi querida Fatima, que la paz sea contigo y con los tuyos. —Aisha agarro la carta que todavia permanecia en manos del joven, la rasgo en varios pedazos y, tras acercarse al rio, los dejo caer el agua—. ?Lo has entendido? —pregunto, de espaldas a el.
—Si. —Efrain tuvo que hacer un esfuerzo para articular el simple monosilabo. Luego trago la poca saliva que le quedaba en la boca—. Y tu, ?que haras? La carta decia...
—Ya no me quedan fuerzas. Dios no puede pretender que inicie un camino tan largo. Vuelve a tu tierra y transmitele mi mensaje a Fatima. Que Dios te acompane.
Luego, sin ni siquiera mirarle, dio media vuelta y se alejo, con paso muy lento, recorriendo el mismo camino que un dia anduvo con Hernando, junto al rio que se habia tragado a Hamid.
Varios dias antes del 18 de octubre, festividad de San Lucas, los alguaciles de Cordoba fijaron carteles por toda la ciudad en los que se anunciaba la gran rogativa por el retorno de los navios de la armada de los que todavia no se tenia noticia. ?Aun faltaban setenta por llegar! Al mismo tiempo, pregoneros del cabildo municipal leyeron en los lugares mas concurridos el bando por el que se convocaba a todos los cordobeses a acudir a la procesion, confesados y comulgados, cada cual con su cruz, su disciplina o su fuego. La comitiva debia salir de las puertas de la catedral, una hora despues del mediodia, por lo que los cordobeses dedicaron la manana a confesarse y comulgar como si fuese Jueves Santo.
En el palacio del duque de Monterreal, dona Lucia, sus hijas y su hijo pequeno se hallaban dispuestos, vestidos de negro riguroso, cada uno con un cirio en las manos. Los hidalgos y Hernando, tambien de negro, se procuraron hachones para acompanar a la rogativa y empezaron a reunirse en el salon de dona Lucia, a la espera del tanido de todas las campanas de la ciudad. El obispo habia ordenado que tocaran hasta las de los conventos y ermitas de la sierra y lugares cercanos. Una macilenta dona Lucia, sentada junto a sus hijos, murmuraba oraciones al tiempo que pasaba las cuentas del rosario; los demas se hallaban sumidos en una tensa espera. Entonces aparecio don Esteban, descalzo, desnudo de cintura para arriba, con solo unos calzones y una gran cruz de madera sobre su hombro sano, se acerco a la duquesa y la saludo con una leve inclinacion de cabeza. El viejo sargento impedido mostraba todavia un torso fuerte, surcado por numerosas cicatrices, algunas en forma de simples lineas en su piel, mas o menos gruesas y mal cosidas; otras, como la que nacia de su hombro izquierdo, eran surcos que le