a varias horas del paso de los penitentes. En los templos de menores dimensiones era recibida por la comunidad religiosa, que habia salido a la calle con las imagenes, y entonaba misereres desde las puertas; las monjas lo hacian escondidas, desde los miradores de los conventos.

Habia transcurrido un larguisimo trecho de una marcha que segun el bando debia prolongarse hasta el anochecer, Hernando empezo a notar que el peso de la cruz sobre su hombro aumentaba de forma insoportable. ?Por que no se habria limitado a asparse como los demas hidalgos? Es mas, ?que demonios hacia alli, destrozandose los pies, pisando los charcos de barro y sangre, rezando y cantando misereres? El viejo sargento de los tercios, por delante de el, empleando solo su brazo util, se encallo cuando el extremo de la cruz que arrastraba se introdujo en un hoyo de la calle. Aunque don Esteban tiro de la cruz, fue incapaz de extraerla del hoyo; los penitentes lo adelantaron, pero los que portaban cruces no pudieron hacerlo y se vieron obligados a detenerse. Un joven que presenciaba la procesion salto de entre el publico y levanto el extremo de la cruz. El sargento se volvio hacia el y se lo agradecio con una sonrisa. La rogativa continuo, con los dos portando la cruz. Tendrian que ayudarle tambien a el, temio Hernando al volver a iniciar la marcha haciendo un esfuerzo para tirar de los pesados maderos cruzados. ?Le quedaba toda la tarde!

—Dios te salve Maria, llena de gracia, el Senor es contigo... —se sumo Hernando a los murmullos.

Ave Marias, padrenuestros, credos, salves... el murmullo de oraciones era incesante. ?Que hacia alli? Misereres cantados. Millares de velas, cirios y hachones. Incienso. Bendiciones. Santos e imagenes por doquier. Hombres y mujeres arrodillados a su paso, algunos gritando y suplicando con los brazos extendidos hacia el cielo en arrebatos misticos. Flagelantes con la espalda ensangrentada a su alrededor. De pronto se sintio fuera de lugar... ?El era musulman!

Si la piadosa feligresia de Cordoba habia sido convocada mediante anuncios y pregones, no lo fue asi la comunidad morisca. Dias antes de la festividad de San Lucas, parrocos, sacristanes y vicarios, jurados y alguaciles, echaron mano de los detallados censos de los cristianos nuevos y, casa por casa, los conminaron a que se presentaran en la rogativa. Como si se tratase de un domingo, el dia de San Lucas, a primera hora de la manana, con los censos en las manos, se apostaron en las puertas de las iglesias para comprobar que no faltaba ninguno a confesar y comulgar. Nadie podia permanecer en su casa; todos debian acudir a ver la procesion y a rezar por el retorno de los barcos de la gran armada que aun no habian arribado a puerto. ?Toda Espana rogaba al unisono por su regreso!

—?A que esperas, vieja? —El panadero morisco zarandeo a Aisha, que estaba acostada en el zaguan.

Fueron varios los hombres que, mientras salian de la casa para acudir a confesar y comulgar, la instaron a levantarse del zaguan, pero ella no les hizo caso. ?Que le importaban los asquerosos barcos del rey cristiano! El ultimo en salir, el viejo panadero, no iba a permitir que la mujer se quedase alli.

—Es una procesion de nazarenos —le grito al ver como Aisha se encogia en su manta, sobre el suelo—. ?La tuya y la de tu hijo! Los justicias vigilaran que todos acudamos a la rogativa. ?Acaso pretendes que la desgracia caiga sobre esta casa y todos nosotros? ?Levanta!

Dos moriscos mas de los que compartian la casa y que ya estaban en la calle volvieron sobre sus pasos.

—?Que pasa? —pregunto uno de ellos.

—No quiere levantarse.

—Si no acude a confesar, los justicias vendran a comprobar y sospecharan de esta casa. Los tendremos encima todos los dias del ano.

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