Alpujarras, resono de nuevo en su cabeza. Hernando entorno los parpados. El duque, con su muerte, volvia a liberarle de una servidumbre a la que el no se atrevia a poner fin.
—Transmitidle mis condolencias a la duquesa —dijo.
—No creo que sea oportuno —se nego el secretario con acidez.
—Pues os equivocais —replico Hernando—. Quiza sean las unicas sinceras que vaya a recibir en esta casa.
—?Que insinuas?
Hernando hizo un gesto al aire con la mano.
—?Que puedo o no puedo llevarme? —inquirio.
—Tus ropas. La duquesa no quiere verlas. El caballo...
—El caballo y su equipo son mios. No necesito que nadie me permita llevarmelos —dijo Hernando con firmeza—. En cuanto a mis escritos...
—?Que escritos? —pregunto el secretario, con sorna.
Hernando exhalo un suspiro de fastidio. ?Iban a humillarlo hasta el final?
—Lo sabeis bien —contesto—. Los que estoy preparando para el arzobispo de Granada.
—De acuerdo. Tuyos son.
Sentia la muerte de don Alfonso. Llego a confiar en su pronto regreso. Apreciaba sinceramente al duque, que tanto habia hecho por el, y en esos momentos tambien habria querido contar con su ayuda para que intercediera por su madre ante la Inquisicion. Cien veces menciono su nombre para ser recibido, pero poco parecian importarle al Santo Oficio las referencias a los nobles o grandes de Espana. ?Nadie, cualquiera que fuere su calidad, estaba por encima de la Inquisicion y podia presionar a sus miembros! Se dirigio deprisa hacia la torre del alminar donde tenia escondidos el evangelio de Bernabe y sus demas secretos. Silvestre era capaz de registrarle a su salida del palacio, asi que decidio llevarse pocas cosas. Saco la mano de oro de Fatima... La sostuvo en la palma de su mano unos instantes, tratando de recordar como brillaba alli donde nacian los pechos de su esposa, acompanandolos en sus movimientos; la joya se habia oscurecido con la muerte de Fatima, penso, igual que su vida. Por lo que respectaba a los libros y escritos, la decision fue rapida: solo se llevaria la copia en arabe del evangelio de Bernabe; todo lo demas, incluida la transcripcion del evangelio que habia realizado, seria destruido. El tratado de caligrafia de Ibn Muqla correria la misma suerte. No podia arriesgarse a que le pillaran y se lo sabia de memoria; las imagenes de las letras y los dibujos de sus proporciones aparecian ante sus ojos nada mas acercar el calamo al papel.
Por ultimo volvio a sus aposentos y abrio el arcon para coger la bolsa en la que guardaba sus ahorros, pero no la encontro. Rebusco entre sus pocas pertenencias. Se la habian robado. ?Perros cristianos!, murmuro. Poco habian tardado en lanzarse a la rapina, igual que en las Alpujarras. Solo le quedaban los pocos dineros que llevaba encima.
Maldiciendose por no haber puesto sus ahorros a buen recaudo, preparo un hatillo con sus ropas y escondio los pergaminos del evangelio entre sus escritos sobre el martirologio. Pasaban inadvertidos. Dejo la deslustrada mano de Fatima encima de las ropas: llevaria la joya escondida en su cuerpo. Por ultimo se lavo para rezar. Luego, al poner fin a sus oraciones, se quedo parado en el centro del dormitorio, ?que haria a partir de entonces?