—Necesito dinero.
Pablo Coca no se inmuto ante las palabras de Hernando. La casa de tablaje estaba vacia; una esclava negra guineana limpiaba y ponia orden tras una noche de juego.
—Todos lo necesitamos, amigo —le contesto—. ?Que ha sucedido?
Hernando recordo a aquel nino que forzaba sus rasgos para conseguir mover el lobulo de su oreja como hacia el Mariscal, y decidio confiar en el y contarle su situacion. Evito, no obstante, explicarle como esa misma manana habia logrado burlar la inspeccion a la que le sometio Silvestre.
—?Y eso? —habia preguntado el secretario senalando los papeles que Hernando sostenia en la mano derecha, a la vista. Silvestre acababa de revolver el hatillo, tratandole como a un vulgar ratero delante de los criados que iban y venian por el patio al que daban las cuadras.
—Mi informe para el cabildo de la catedral de Granada.
El secretario hizo un gesto para que se lo entregase. Hernando se limito a acercarle los papeles, sin soltarlos.
—Son confidenciales, Silvestre —le dijo permitiendole no obstante leer el contenido de la primera pagina, en la que relataba las matanzas de Cuxurio—. Te he dicho que son confidenciales de la Iglesia de Granada —insistio entonces, echandole en cara su curiosidad—. Si el arzobispo se entera...
—?De acuerdo! —cedio el secretario.
—Y ahora, ?vas a desnudarme? —ironizo Hernando pensando en la mano de Fatima que llevaba escondida en sus calzas—. ?Acaso te gustaria? —le provoco haciendo ademan de extender los brazos. Silvestre enrojecio—. No te preocupes, llegue pobre a este palacio y salgo de el tan pobre como lo era entonces. —Hernando sonrio cinicamente hacia el secretario; ?habria sido el el ladron?—. Miserable, como decis vosotros.
El mozo de cuadras se nego a embridarle a Volador, vertiendo en su sola negativa todo el rencor acumulado a lo largo de los anos en que se habia visto obligado a servir a un morisco. Hernando lo aparejo, aunque tuvo que desembridarlo poco rato despues en el meson del Potro, donde busco alojamiento. De la multitud de mesones que habia en la plaza y sus alrededores, eligio ese porque el mesonero no lo conocia. Volador, con el hierro de las cuadras reales, el doble de grande que cualquiera de las mulas y asnos que descansaban en el patio del meson, y la distinguida ropa que vestia, le procuraron la mejor de las habitaciones de la posada, una estancia para el solo. Una cama, un par de sillas y una mesa constituian todo su mobiliario. Adelanto el pago como si se tratase de un hombre rico, pese a que al extraer el dinero de su bolsa se percato de que tan solo le restaban un par de monedas de dos reales. Luego, en unas hojas de papel en blanco que se llevo de palacio, escribio una carta a don Pedro de Granada Venegas explicandole su situacion, la de su madre, e implorando ayuda. Poco mas podria hacer por ellos, por la causa morisca, anunciaba, si caia en la miseria. En el mismo meson del Potro encontro a un arriero que se dirigia a Granada y la bolsa se le vacio definitivamente.
—Mucho del dinero que tenia —termino explicando a Pablo Coca— se lo he dado al carcelero de la Inquisicion para el sustento y atencion de mi madre. El resto...
—Esta noche podras hacer algunos beneficios —trato de animarle el coimero. Hernando hizo un gesto de disgusto—. Te serviran para ir tirando —insistio Pablo—. Al menos tendras para pagar el meson.