Sus rostros casi se tocaban.

—?Que quieres decir? —pregunto Hernando en un susurro.

—Mi hermano mayor tenia los brazos y las manos destrozadas. Yo las piernas. Jose, mi hermano mayor, me conto que hacia poco de mi alumbramiento y que llore mucho mientras mi padre me quebraba los huesos con una barra de hierro; luego, todos estuvieron pendientes de si sobrevivia. Todos los hermanos teniamos alguna tara. Recuerdo como mis padres cegaron a mi hermana pequena pasandole un hierro candente por los ojos a los dos meses de parirla. Tambien lloro mucho —anadio el chaval con tristeza—. Se consiguen mejores limosnas con un nino tullido al lado. —Hernando noto que se le erizaba el vello—. El problema es que el rey prohibe a los mendigos pedir caridad acompanados de ninos de mas de cinco anos. Los diputados y los parrocos podrian quitarles la licencia para mendigar si los pillan haciendolo con ninos de mas de esa edad. A mi me dejaron seguir un poco mas porque era muy menudo, pero a los siete ya me abandonaron. Ya veis, senor: unas piernas por siete anos de limosnas.

Hernando fue incapaz de articular una palabra. Sentia la garganta agarrotada. Sabia de los crueles procedimientos para arrancar una misera blanca de la compasion de las gentes, pero nunca habia llegado a vivir de cerca la realidad de uno de aquellos desgraciados. «?Ya veis senor: unas piernas por siete anos de limosnas!» Sus palabras eran tan tristes... Sintio un repentino impulso de abrazarle. ?Hacia cuanto que no abrazaba a un nino? Carraspeo.

—?Estas seguro de que Volador no te pisara? —termino preguntando.

Los dientes rotos reaparecieron en una sonrisa.

—Seguro. Preguntadselo a el.

Arrodillado junto a las manos del caballo, Hernando palmeo la cabeza de Volador y ayudo al nino a tumbarse por delante de sus cascos.

—?Como te llamas? —le pregunto mientras el crio volvia a hacerse un ovillo sobre la paja y ya cerraba los ojos.

—Miguel.

—Vigilalo bien, Miguel.

Esa noche, Hernando no durmio. Despues de haber escrito a don Pedro a Granada le quedaba una sola hoja de papel en blanco, un calamo y algo de tinta. Se sento a la desvencijada y tosca mesa de su habitacion, limpio la capa de polvo que se acumulaba sobre su tablero y a la luz de una titilante candela se dispuso a escribir con todos sus sentidos exacerbados. Su madre, Miguel, el juego, aquella lugubre y sucia habitacion, los ruidos y rumores de los demas huespedes rompiendo el silencio de la noche... El calamo se deslizo sobre el papel y trazo la mas hermosa de las letras que habia escrito nunca. Sin pensarlo, como si fuera Dios el que guiara su mano, escribio la inconclusa profesion de fe que acababa de llevar a su madre a las mazmorras de la Inquisicion: «No hay otro Dios que Dios, y Muhammad es el enviado de Dios». Luego se dispuso a continuar con la oracion que anadian los moriscos. Mojo el calamo en tinta con la imagen de Hamid en su memoria. Se la habia hecho rezar en la iglesia de Juviles para demostrar que no era cristiano. ?Y si hubiese muerto entonces? «Sabe que toda persona esta obligada a saber que Dios...» Se habria ahorrado una vida muy dura, penso al volver a mojar el calamo.

Por la manana Volador no estaba en las cuadras; tampoco Miguel. Hernando busco a gritos al mesonero.

—Han salido —le contesto este—. El chico dijo que le habiais dado permiso. Uno de los muleros que dormia en el establo confirmo que le encargasteis el cuidado del caballo.

Hernando corrio ofuscado a la plaza del Potro. ?Le habria enganado el muchacho? ?Y si le robaban a Volador? Se detuvo nada mas cruzar el umbral: Miguel,

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