—Esta loca —afirmo entonces el carcelero—. No quiere comer y apenas bebe agua. No habla ni se queja. Permanece asi todo el dia.

—?Que le habeis hecho? —volvio a preguntar con la voz tomada, estupidamente empenado entonces en limpiar con su una una pequena mancha de tierra que Aisha mostraba en la frente.

—No le hemos hecho nada. —Hernando volvio la mirada hacia el carcelero—. Es cierto —aseguro el hombre, abriendo las manos—. El tribunal considera suficiente la declaracion del alguacil para condenarla. Ya te he dicho que no habla. No han querido torturarla. Habria muerto. —Hernando volvio a buscar infructuosamente alguna reaccion por parte de Aisha—. A nadie le extranaria que muriera... esta misma noche...

Hernando se quedo quieto, de espaldas al hombre, con su madre en los brazos, inerte. ?Que queria decir?

—Podria morir —repitio el hombre desde la puerta—. El medico ya lo ha anunciado al tribunal. Nadie se preocuparia. Nadie vendria a comprobarlo. Yo mismo daria parte y luego la enterraria...

?Era eso! Por eso le habia permitido visitar a Aisha.

—?Cuanto? —le interrumpio Hernando.

—Cincuenta ducados.

?Cincuenta? ?Cinco!, estuvo a punto de ofrecer, pero se mordio la lengua. ?Acaso iba a regatear con la vida de su madre?

—No los tengo —dijo.

—En ese caso... —El carcelero dio media vuelta.

—Pero tengo un caballo —susurro Hernando, mirando a los ojos inexpresivos de Aisha.

—No te oigo. ?Que has dicho?

—Que tengo un buen caballo —se esforzo Hernando elevando el tono de voz—. Marcado con el hierro de las caballerizas reales. Su valor es muy superior a esos cincuenta ducados.

Quedaron para esa misma noche. Hernando trocaria a Volador por Aisha. ?Que le importaba el dinero? Se trataba, simplemente, de un animal quiza... quiza por la sola oportunidad de poder enterrar a su madre y de que esta muriera en sus brazos. Igual Dios le permitia abrir los ojos en ese ultimo instante y el debia estar ahi. ?Tenia que estar a su lado! Aisha no podia morir sin que el disfrutara de la oportunidad de reconciliarse con ella.

Miguel permanecia sentado en el suelo al lado de Volador, mirando como el caballo ramoneaba un manojo de verde que le habia colocado en el pesebre.

—Lo siento —le dijo Hernando, acuclillandose para revolverle el cabello—. Esta noche vendere el caballo. —?Por que se disculpaba?, penso al instante. Solo era un chiquillo que...

—No —le contesto Miguel, interrumpiendo sus pensamientos, sin hacer el menor ademan de volverse hacia el.

—?Como que no? —Hernando no sabia si sonreir o enfadarse.

En ese momento Miguel levanto la vista hacia Hernando, que se habia levantado y estaba junto al caballo.

—Senor, he estado con perros, gatos, pajarillos y hasta con un mono. Siempre se cuando van a volver... y siempre presiento cuando es la ultima vez que voy a verlos. Volador volvera conmigo —afirmo con seriedad—, lo se.

Вы читаете La Mano De Fatima
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ОБРАНЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату