heridas ocasionadas por el roce de la madera sobre su hombro desnudo y el rostro congestionado, vio a su hijo, que arrastraba los pies junto al resto de los penitentes: su imagen le recordo a uno de los centenares de Cristos que mostraban las iglesias y los altares callejeros cordobeses.

—?No! —grito. Los dedos de las manos se le crisparon. El panadero se volvio hacia ella para encontrarse con que las mansas venas azules del cuello de la anciana aparecian ahora abultadas bajo su menton. Sus ojos irradiaban odio—. ?No! —volvio a gritar. Otro morisco mas se volvio hacia ella. Un tercero trato de acallarla, lo que llamo la atencion del alguacil, pero Aisha le sorprendio y se zafo de el con la fuerza nacida de la ira—. ?Ala es grande, hijo! —grito entonces. El alguacil ya se dirigia hacia Aisha.

Et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam —se lamentaban las monjas de Santa Cruz.

Los moriscos se separaron de Aisha.

—?Escucha, Hernando! ?Fatima vive! ?Tus hijos tambien! ?Vuelve con tu gente! ?No hay otro Dios que Dios y Muhammad es el env...!

No pudo terminar la profesion de fe. El alguacil se lanzo sobre ella y la hizo callar de un manotazo que le salto un par de dientes.

Hernando, ido, loco de dolor, entre gritos y aullidos, repetia para si aquellos canticos quejumbrosos que llevaba escuchando todo el dia: Amplius lava me ab iniquitate mea. Y tiraba de la cruz, solo pendiente de arrastrar los pesados maderos. No se entero del alboroto entre los moriscos. Ni siquiera volvio la cara hacia el tumulto que se habia formado alrededor de su madre.

55

A finales de octubre, el rey Felipe se dirigia a todos los obispos del reino agradeciendoles sus rogativas, pero tambien instandoles a que las suspendieran; consideraba imposible que transcurridos dos meses y medio desde que la armada se hubiera internado en aguas del Atlantico, retornara ya algun otro barco. Dias despues, el propio rey escribia una sentida carta personal a la esposa de su primo, el duque de Monterreal, grande de Espana, para comunicarle la muerte de don Alfonso de Cordoba y su primogenito a manos de los ingleses en las costas de Irlanda, donde naufrago su navio.

Dos marineros que escaparon de la matanza con la ayuda de los rebeldes irlandeses, y que lograron huir a Escocia primero y a Flandes despues, habian relatado sin ningun genero de dudas el asesinato del duque y de su hijo. Segun contaron, una brigada del ejercito ingles habia detenido al duque y a sus hombres mientras estos vagaban por tierras irlandesas, despues de ganar la costa a nado tras el naufragio. Sin hacer el menor caso a la calidad de don Alfonso, que trato de hacer valer su condicion de noble ante el sheriff, obligaron a desnudarse a todos los espanoles y los ahorcaron en una colina como a vulgares delincuentes.

Hernando no se hallaba presente la manana en que el secretario de palacio, don Silvestre, dio lectura a la carta ante todos los hidalgos, tras haberlo hecho antes en privado frente a dona Lucia. Llevaba dos dias acudiendo al alcazar de los reyes cristianos, solicitando audiencia al relator, al notario o al propio inquisidor, esperando a que alguno de ellos le recibiera. Tardo casi diez dias en tener conocimiento de la detencion de su madre por parte de la Inquisicion, hecho del que supo cuando Juan Marco, el maestro tejedor, le mando recado devolviendole el dinero que cada mes le hacia llegar el morisco puesto que su madre no se presentaba a trabajar en el taller. Fue el mismo aprendiz que le llevo el dinero, tan solo un nino, quien, en presencia de varios criados de palacio, le escupio la noticia con rencor:

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