—Eso le he dicho —alego el panadero.

—Mira, nazarena —dijo el tercero, acuclillandose junto a Aisha—, o vienes por las buenas o te llevaremos por las malas.

Aisha acudio a la parroquia de Santiago trastabillando entre dos jovenes moriscos que la agarraban de las axilas sin contemplaciones. El sacristan tacho su nombre en la puerta de la iglesia, tras apartarse y mirarla con aprension.

—Esta enferma —se excusaron los jovenes.

Lo que no pudieron obligarla fue a confesar y menos se atrevieron a acercarla al altar a comer «la torta», pero tal era la afluencia de feligreses a la iglesia, tal el alboroto y las colas en el confesionario, que nadie se percato de ello. Los justicias dieron por bueno que hubiera acudido a la iglesia. Desde alli, vigilados por un alcaide, los moriscos del barrio de Santiago se situaron en la calle del Sol, entre la parroquia de Santiago y el cercano convento de Santa Cruz, a la espera del paso de la procesion. Aisha estaba entre ellos, encogida, ajena a todo. Varias horas tuvieron que permanecer en la calle desde el tanido de campanas hasta que la rogativa, ya encaminada de regreso a la catedral, recorrio el barrio de Santiago, junto a la muralla oriental.

Aisha no hablo con nadie. Hacia dias que no lo hacia, ni siquiera en la tejeduria, donde aguantaba en silencio, con la mirada perdida, las increpaciones del maestro Juan Marco ante los hilos de seda mal encanados o con los colores o las medidas mezcladas. Trabajaba pensando en Fatima y en Shamir. ?Fatima lo habia conseguido! Habia sufrido anos de humillaciones, pero callo y aguanto, y su fuerza de voluntad y su constancia la llevaron a obtener una venganza que a ella jamas se le hubiera pasado siquiera por la imaginacion. ?Un paraiso!, recordo que decia la carta. Vivia en un paraiso. Y ella, ?que habia hecho ella a lo largo de su vida? Vieja, enferma y sola. Observo a los vecinos que la rodeaban, como si pretendieran esconderla. Comian. Comian pan de panizo, y tortas, y dulces de almendra, y bunuelos que se habian procurado. Ninguno de ellos le ofrecio un pedazo, aunque tampoco hubiera podido comerlo. Le faltaban algunos dientes y el cabello se le caia a mechones; tenia que desgajar en migas el pan duro que le dejaban cada noche. ?Que gran pecado habria cometido para que Dios la castigara de aquella manera? Hernando traicionaba a los musulmanes y Shamir vivia lejos, en Berberia; sus otros hijos... habian sido asesinados o vendidos como esclavos. ?Por que, Dios? ?Por que no se la llevaba ya de una vez? ?Deseaba la muerte! La llamaba cada noche que se tenia que tumbar sobre el frio y duro suelo del zaguan, pero no llegaba. Dios no se decidia a liberarla de sus miserias.

Le dolian las piernas en el momento en que el Cristo del Punto pasaba por delante de ella. Los moriscos hincaron sus rodillas en tierra. Alguien tiro de su falda para que hiciera lo mismo, pero ella no cedio y permanecio en pie, callada, sin rezar, encogida como una anciana entre los hombres arrodillados. Al cabo de un buen rato llegaron los penitentes. Despues de recorrer la ciudad, muchos eran los que caian bajo el peso de las cruces y la gente se veia obligada a acudir en su ayuda. Ese no era el caso de Hernando, pero el sargento, que caminaba junto a el, ya habia dejado la cruz al superar la Corredera y caminaba entre el grupo de penitentes, cabizbajo y vencido, libre de una carga que habian hecho suya dos jovenes. Quienes portaban disciplinas aparecian ya con el cuerpo ensangrentado; los fervorosos cristianos que presenciaban la procesion se conmovian y emocionaban ante esas muestras de pasion y se sumaban a los gritos y aullidos de dolor que surgian de boca de los penitentes. Las monjas de Santa Cruz empezaron a entonar el Miserere, alzando la voz para hacerse oir entre el escandalo, animando al millar de hombres desgarrados.

Miserere mei, Deus, secundum magnam misercordiam tuam —retumbo el lugubre cantico en la calle del Sol.

Aisha miraba sin interes el paso de aquellos desgraciados cuando entre ellos, tirando de una cruz inmensa, con la espalda llena de sangre debido a las

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