para que callase.
—?Hernando Ruiz —repitio—, cristiano nuevo de Juviles?
Hernando evito mirar a Pablo. ?Como sabia aquel anciano que era morisco? ?Querrian jugar con un cristiano nuevo?
—?Cristiano nuevo? —oyo que se interesaba otro de los jugadores que se habian acercado a saludarle.
—Si —afirmo entonces—, soy Hernando Ruiz, cristiano nuevo de Juviles.
Pablo trato de intervenir, pero el mercader se lo impidio.
—?Tienes dinero? —volvio a preguntar como si el hecho de que fuera morisco le importase poco.
—A fe mia que si, Juan —salto el anciano cuando Hernando pretendia mostrar su bolsa—. Acaba de heredar un legado del duque de Monterreal, a quien Dios tenga en su gloria. Yo mismo abri y lei el testamento unos dias antes del funeral. Don Alfonso de Cordoba efectuo una manda de bienes ajenos al mayorazgo. A mi amigo Hernando Ruiz, cristiano nuevo de Juviles, a quien le debo la vida, decia. Lo recuerdo como si lo estuviera leyendo ahora mismo. ?Vienes a jugarte tu herencia? —termino preguntando con cinismo.
Aquella noche en casa del mercader de panos, Hernando no logro concentrarse en los naipes. ?Una herencia! ?De que se trataria? El escribano no se lo dijo y el tampoco tuvo oportunidad de hacer un aparte para preguntarselo puesto que, con su llegada, Juan Serna dispuso que se iniciase el juego de inmediato. Pablo Coca se sento a la mesa con semblante de preocupacion; Hernando ni siquiera busco un lugar enfrentado a el y tuvo que ser el coimero quien se las arreglase para que pudieran jugar el uno delante del otro. Sin embargo, mano tras mano, Coca empezo a relajarse: Hernando jugaba distraido, apostaba fuerte y perdia algunos lances pero machacaba mecanicamente la mesa tan pronto como percibia el movimiento del lobulo de la oreja de su complice. La partida se prolongo durante toda la noche sin que nadie llegara a sospechar del juego cruzado entre ambos. Los desplumaron a todos. Serna, igual que el escribano, perdio casi quinientos ducados que pago en oro a Hernando, exigiendo con caballerosidad mal disimulada la revancha. Los demas jugadores, Pablo incluido, le pagaron sumas menos importantes pero de consideracion. Un joven pretencioso, hijo de la nobleza, que durante la noche llego a insultar a un Hernando imperturbable, perdido en sus propias elucubraciones acerca de la herencia, se trago el orgullo poniendo encima de la mesa su espada de empunadura trabajada en oro y piedras preciosas, y su anillo grabado con el escudo de armas de la familia.
—Firma un papel conforme son mias —le exigio el morisco al percatarse de que el ofendido joven hacia ademan de dar la espalda a la mesa.
El viejo escribano tambien se vio obligado a firmar un papel, pero en este caso de reconocimiento de deuda a favor de Hernando, puesto que no le alcanzaba el dinero que traia en la bolsa y le habian permitido jugar al fiado. Lo hizo con mano temblorosa. Renegaba por la pequena fortuna que acababa de dejarse en la mesa y rogaba tiempo para satisfacer su deuda. Hernando dudo.
Sabia que los compromisos de pago derivados del juego no eran legales y que ningun juez los ejecutaria, pero Pablo le hizo un casi imperceptible gesto para que consintiera. Pagaria, el escribano pagaria.
Salieron de la casa de la calle de la Feria. El sol brillaba y los cordobeses ya trajinaban por las calles. Hernando, escoltado a una distancia prudencial por dos vigilantes de la coima, armados, que Pablo tuvo la precaucion de apostar a la puerta ante la prevision de importantes ganancias, siguio los pasos del viejo escribano. Le dio alcance cerca de la plaza del Salvador.