—No habeis tenido una noche afortunada, don Melchor —le comento mientras acompasaba su caminar al del disgustado escribano. El anciano mascullo unas palabras ininteligibles—. Me hablasteis de un legado a mi favor.

—Tendras que aclararte con la duquesa y los comisarios de la herencia nombrados por don Alfonso, que en paz descanse —solto el escribano de malos modos.

Hernando lo agarro del antebrazo, lo obligo a detenerse e incluso lo volvio hacia el con violencia.

Un par de mujeres que se cruzaron con ellos los miraron sorprendidas antes de continuar su camino cuchicheando. Los vigilantes de Pablo Coca se acercaron.

—Mirad, don Melchor, haremos otra cosa: vos arreglareis mi situacion y con prontitud, ?entendeis?, puesto que en caso contrario no esperare el plazo de gracia que habeis solicitado. Si lo haceis asi, yo os devolvere vuestro compromiso de pago... gratuitamente.

57

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticias dellos, a lo menos por escrituras autenticas; solo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote, la tercera vez que salio de su casa fue a Zaragoza, donde se hallo en unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron, y alli le pasaron cosas dignas de su valor y entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera, si la buena suerte no le deparara un antiguo medico que tenia en su poder una caja de plomo, que segun el dijo, se habia hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba, en la cual caja se habian hallado unos pergaminos escritos con letras goticas, pero en versos castellanos, que contenian muchas de sus hazanas, y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mismo don Quijote con diferentes epitafios de su vida y costumbres.

Miguel de Cervantes por boca

de Cide Hamete Benengeli, morisco.

El Quijote , primera parte, capitulo LII

Una casa patio en el barrio de Santa Maria, cerca de la catedral, en la calle Espaldas de Santa Clara y una serie de hazas de regadio proximas a Palma del Rio, alrededor de un cortijillo abandonado, que rentaban cerca de los cuatrocientos ducados anuales, mas tres pares de gallinas, quinientas granadas y otras tantas nueces, tres fanegas de aceitunas que cada semana le traian unos u otros arrendatarios, ciruelas y una cantidad semanal de hortalizas de invierno o de verano. Tal fue la manda que, entre otras pias para el pago de la dote a favor de doncellas casaderas sin recursos, o para la redencion de cautivos, dispuso don Alfonso de Cordoba en favor de quien le habia salvado la vida en las Alpujarras. Melchor Parra y los comisarios de la herencia del duque le entregaron su legado sin mas problema que la envidia y los insultos que con cierto sarcasmo le traslado el escribano y que, a su decir, habian salido de boca de la retahila de cortesanos a los que ni siquiera les habia tocado una blanca en la herencia, que eran todos.

—Parece que ninguno de ellos te tiene simpatia —le dijo el escribano sin esconder su satisfaccion, mientras el morisco procedia a la firma de sus titulos de propiedad.

Hernando no contesto. Termino de firmar y se irguio frente

Вы читаете La Mano De Fatima
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату