al anciano. Busco el reconocimiento de deuda en el interior de sus ropas y en presencia de los comisarios de la herencia se lo entrego.

—Es un sentimiento reciproco, don Melchor.

Tras pasar cuentas con Pablo, que se encapricho de la espada y el anillo del joven noble, perdonar el credito del escribano y devolver los cien ducados a don Pedro de Granada Venegas, a Hernando le restaba una buena cantidad de dinero hasta que empezase a disfrutar de su nueva casa y de sus rentas.

La vida volvia a tomar un giro inesperado.

—Esta arrendada, senor —se lamento Miguel, los dos parados frente a la casa patio en la calle Espaldas de Santa Clara, despues de que su senor le ordeno que dispusiese lo necesario para trasladar a su madre y a Volador a su nuevo domicilio—. Debereis esperar a que finalice el contrato de alquiler.

—No —afirmo Hernando con contundencia—. ?Te gusta? —Miguel silbo por entre sus dientes rotos admirando el magnifico edificio—. Bien, vamos a hacer lo siguiente: cuando me vuelva a la posada, vas y preguntas por la senora de la casa. La senora, Miguel, ?has entendido?

—No me lo permitiran. Creeran que vengo a pedir limosna.

—Intentalo. Diles que eres el criado del nuevo propietario. —Miguel casi perdio el equilibrio sobre sus muletas al volverse bruscamente hacia Hernando—. Si. No creo que ni mi madre ni mi caballo pudieran encontrar mejor sirviente que tu. Intentalo, estoy seguro de que lo conseguiras.

—?Y si lo consigo?

—Le dices a la senora que a partir de ahora debera pagar la renta a su nuevo casero: el morisco Hernando Ruiz, de Juviles. Que se entere bien de que soy morisco, y granadino expulsado de las Alpujarras, de los que se alzaron en armas, y de que pese a todo ello, soy su nuevo casero. Repiteselo varias veces si es menester.

Los inquilinos, una acaudalada familia de tratantes en seda, no tardaron una semana en poner la casa patio a disposicion de Hernando, una vez confirmaron con el secretario de la duquesa que efectivamente este era el nuevo propietario. ?Que cristiano viejo bien nacido iba a permitir que su casero fuera un morisco?

El patio abierto a la luz del sol; el aroma de las flores que lo inundaban y el agua corriendo sin cesar en su fuente parecieron revivir a Aisha. Algunos dias despues de que tomaran posesion de la casa, con Miguel atendiendo a la mujer, explicando historias en voz alta mientras saltaba de un lado a otro y cortaba flores que dejaba en el regazo de la enferma, Hernando observo que su madre movia ligeramente la mano.

Las palabras que pronuncio Fatima el dia en que el se encontro a sus hijos recibiendo clases en el patio de su primera casa, tornaron a su memoria con fuerza: «Hamid ha dicho que el agua es el origen de la vida». ?El origen de la vida! ?Seria posible que su madre se recuperase?

Acudio esperanzado a donde se encontraba la curiosa pareja. Miguel narraba casi a voz en grito la historia de una casa encantada.

—Las paredes cimbreaban como canas al viento... —decia en el momento en que el morisco llego hasta el.

Hernando le sonrio y despues fijo la mirada en su madre, encogida en una silla junto a la fuente.

—Se os va a ir, senor —oyo que le anunciaba el tullido a su lado.

Hernando se giro hacia el con brusquedad.

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