—?Es este a quien llaman el nazareno? —susurro uno de los jovenes al otro.

Hernando termino de rezar; introdujeron a Aisha en la fosa, de lado, mirando hacia la quibla. Antes de que la cubrieran con piedras sobre las que a su vez echarian tierra para que no se notase el enterramiento, introdujo la carta de la muerte entre los lienzos de lino, de caligrafia perfecta, escrita esa misma tarde con tinta de azafran en intima comunion con Ala.

—?Que haces?

—Preguntaselo a tu alfaqui —replico Hernando hoscamente—. Podeis iros. Gracias.

Los jovenes y la anciana se despidieron de el con un grunido y Hernando se quedo solo al pie de la tumba. Habia sido una vida realmente dura la de su madre. Por su memoria desfilaron los recuerdos, pero a diferencia de muchas otras ocasiones en que se amontonaban caoticamente, en esta lo hicieron despacio. Durante un buen rato permanecio alli, alternando las lagrimas con nostalgicas sonrisas. Ahora ya descansaba, trato de tranquilizarse antes de volver a la ciudad.

De camino, ya cruzada la muralla por el mismo hueco, escucho un sordo pero conocido repiqueteo a sus espaldas. Se detuvo en el centro de una callejuela.

—No te escondas —dijo en la noche—. Ven conmigo, Miguel.

El muchacho no lo hizo.

—Te he oido —insistio Hernando—. Ven.

—Senor. —Hernando trato de localizar de donde procedia la voz. Sonaba triste—. Cuando me tomasteis como criado, dijisteis que me necesitabais para cuidar de vuestra madre y de vuestro caballo. Maria Ruiz ha muerto y al caballo... ni siquiera puedo embridarlo.

Hernando noto como un escalofrio le recorria el cuerpo.

—?Crees que podria echarte de mi casa solo porque mi madre ha muerto?

Transcurrieron unos instantes antes de que el repiqueteo de las muletas rompiera el silencio que se hizo tras su pregunta. En la oscuridad, Miguel llego hasta el.

—No, senor —contesto el tullido—. No creo que lo hicierais.

—Mi caballo te aprecia, lo se, lo veo. En cuanto a mi madre...

La voz de Hernando se quebro.

—La queriais mucho, ?verdad?

—Mucho —suspiro Hernando—. Pero ella no...

—Murio confortada, senor —afirmo Miguel—. Lo hizo en paz. Escucho vuestras palabras, podeis estar tranquilo por ello.

Hernando trato de vislumbrar el rostro del tullido en la noche. ?Que decia?

—?A que te refieres? —inquirio.

—A que ella entendio vuestras explicaciones y supo que no habiais traicionado a vuestro pueblo. —Miguel hablaba cabizbajo, sin atreverse a levantar la vista del suelo.

—?Que es lo que sabes tu de eso?

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