—Debeis perdonarme. —El muchacho poso entonces sus sinceros ojos en Hernando—. Solo soy un mendigo, un pordiosero. Nuestra vida siempre ha dependido de lo que podiamos escuchar, en las calles, tras una esquina...

Hernando nego con la cabeza.

—Pero soy leal —se apresuro a anadir Miguel—, nunca os descubriria, nunca lo haria con personas como vos, ?lo juro!, aunque me quebraran los brazos.

Hernando dejo transcurrir unos instantes. En cualquier caso, ?como podia aquel muchacho asegurar que su madre habia muerto confortada?

—Han sido muchas las veces que he deseado la muerte —comento el tullido como si adivinase sus pensamientos—. Han sido muchas las ocasiones que he estado a sus puertas, enfermo en las calles, solo, despreciado por las gentes que se apartaban para no pasar a mi lado. He vivido en su estado, y en ese limbo he conocido decenas de almas como la de la senora Maria, todas a las puertas de la muerte; unas tienen suerte y entran, otras son rechazadas para continuar sufriendo. Lo supo. Os escucho. Os lo aseguro. Lo senti.

Hernando permanecio en silencio. Algo en aquel muchacho le hacia confiar en el, creer sus palabras. ?O era solo su propio deseo de que su madre hubiera muerto en paz? Suspiro y rodeo los hombros del chico con el brazo.

—Vamos a casa, Miguel.

—Lo comprobe, senora. —Efrain, ya de regreso a Tetuan, levanto la voz ante los constantes gemidos de incredulidad por parte de Fatima al escuchar el mensaje de Aisha. El anciano judio, que le habia acompanado al palacio de Brahim, llevo la mano al antebrazo de su hijo para que se calmase—. Lo comprobe —repitio Efrain, esta vez con calma, ante una Fatima que no dejaba de pasear arriba y abajo de la lujosa estancia que se abria al patio—. Cuando termine de hablar con Aisha, vino en mi busca el herrador de las caballerizas reales...

—?Abbas? —salto Fatima.

—Un tal Jeronimo... El fue quien me indico donde vivia la mujer. Debio de seguirme y espero a que finalizase de conversar con ella para atajar mi camino y asaltarme a preguntas...

—?Le contaste algo de mi? —volvio a interrumpirle Fatima.

—No, senora. Le conte lo que tenia preparado por si las cosas no salian bien: que buscaba a Hernando porque disponia de un excelente caballo de pura raza arabe entregado en pago de una partida de aceite, y que queria que el lo domara...

—?Y?

—No me creyo. Insistio en preguntar el porque de la carta que Aisha habia roto en pedazos sobre el Guadalquivir, pero no cedi. Os lo aseguro.

—?Que te dijo Abbas? —inquirio Fatima parada frente al joven, en tension. Acababa de escuchar de Efrain acerca de la situacion de Aisha; le habia hablado de sus evidentes achaques y de la vejez que arrastraba por las calles. Quiza..., quiza se hubiera vuelto loca, especulo Fatima. ?Pero Abbas no podia mentir! Era amigo de Hernando y habian trabajado codo con codo, jugandose la vida por la comunidad. Abbas no. El no podia mentir.

Efrain titubeo.

—Senora..., ese Jeronimo, o Abbas como vos lo llamais, me confirmo todo cuanto me acababa de contar la madre. Esa noche, el herrador me ofrecio la hospitalidad de la casa de un tal Cosme, amigo suyo y hombre respetado por la comunidad morisca cordobesa. Ambos repitieron, con mayor detalle, las palabras de Aisha; justo despues de que se os creyera muerta, porque os creen muerta, senora, a vos y a vuestros hijos... —Fatima asintio con

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