En nombre de nuestro senor
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El dia habia amanecido frio y encapotado, y Hernando, que a la sazon tenia ya cuarenta y un anos, parecia haberse levantado de un humor tan gris como el cielo que se veia desde el patio. Miguel no podia evitar preocuparse por su senor y amigo: le notaba nervioso, desazonado, invadido por una ansiedad inusual en quien, durante siete anos, desde que volvia de montar por las mananas hasta la madrugada, solia recluirse tranquilamente en una estancia del segundo piso, convertida en biblioteca, donde los libros, los papeles y los escritos se amontonaban en mayor abundancia que las hojas de los arboles sobre el suelo en invierno.
No era sino la culminacion de siete anos de trabajo lo que originaba la ansiedad que Miguel observaba en Hernando en esos dias. Siete anos de estudio; siete anos dedicado a pensar y urdir una trama que pudiera acercar a las dos grandes religiones: a cambiar la percepcion que tenian los cristianos acerca de aquellos que habian senoreado los reinos espanoles durante ocho siglos y a quienes ahora despreciaban. Habia aprendido incluso latin para poder leer ciertos textos. Lograr el acercamiento entre ambas religiones habia sido su unico objetivo: habia dejado de jugar a las cartas y solo se permitia acudir de vez en cuando a la mancebia.
—?Los siete varones apostolicos! —habia exclamado un dia en el patio, hacia ya tiempo, sobresaltando a Miguel, que trajinaba con los arriates y las canas donde brotarian las flores en primavera—. Si utilizo esa leyenda como referencia, me encajan todas las piezas, incluso la de san Cecilio de la que me hablo Castillo.
El muchacho, enterado de sus manejos desde que oyo como Hernando se los confesaba a su madre antes de morir, compartia con indiferencia y bastante escepticismo los planes y progresos de su senor y amigo.
—?Acaso esperas, senor —le espeto un dia en que hablaron del tema—, que yo pueda confiar en algun Dios? ?Que Dios es ese, sea el tuyo o el de ellos, que permite que a los ninos se les rompan las piernas para obtener unos dineros de mas?
Pese a ello, Hernando continuaba buscando en Miguel la posibilidad de exteriorizar sus dudas o sus progresos diarios. Necesitaba comentarlos con alguien, y Luna, Castillo y don Pedro se hallaban a leguas de distancia.
—?Y quienes son esos varones apostolicos? —pregunto Miguel en tono de fastidio, aunque solo fuera por complacerle.
—Segun la leyenda que recogen algunos escritos —le explico Hernando—, son siete apostoles a quienes san Pedro y san Pablo enviaron a evangelizar la antigua