Hispania: Torcuato, Tesifon, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio e Hiscio. Las reliquias de cuatro de ellos ya han sido encontradas y son veneradas en diversos lugares, pero ?sabes una cosa?
Hernando dejo que la pregunta flotara en el aire. Miguel, apoyado en una de sus muletas mientras con la mano libre agarraba una rama seca, le miro con afecto: los ojos azules de su senor brillaban tanto que se obligo a cambiar de actitud y le mostro los dientes rotos en una sonrisa.
—?Que, senor? Dimela.
—Que entre los tres varones apostolicos que todavia faltan por localizar se encuentra san Cecilio, de quien aseguran que fue el primer obispo de Granada. Solo tengo que utilizar esa leyenda y hacer aparecer los restos de san Cecilio en Granada. ?Hasta encajaria con el pergamino de la Turpiana! Podria...
—Senor —le interrumpio Miguel, dejando la rama y apoyandose en la segunda muleta—, ?no sostienen los obispos que quien evangelizo nuestros reinos fue Santiago? Eso hasta yo lo se, y no has nombrado a Santiago entre los siete.
—Cierto —reconocio Hernando—. Ya se lo que voy a hacer. ?Unire las dos leyendas! —Y tras estas palabras, corrio escaleras arriba, como si pretendiese realizar dicha tarea en ese mismo momento.
Miguel le vio tropezar con un escalon y trastabillar para recuperarse.
—Unire las dos leyendas —repitio el tullido con sarcasmo acercandose a un arriate de lo que serian preciosas rosas—. Unire las dos religiones —anadio, como tantas veces habia oido decir a Hernando, buscando tallos muertos que cortar—. Solo hay una cosa que deberia unirse —llego casi a gritar en la soledad del patio—: ?los huesos quebrados de mis piernas!
Esa gelida manana de enero, en el patio, mientras oia a Hernando reprender a Maria, la morisca que les hacia las tareas domesticas, Miguel recordo esas palabras que habia pronunciado en un arrebato de frustracion. Al contemplar ese mismo arriate, que el ano anterior habia florecido y llenado el patio de aromaticas rosas, tuvo por un instante la sensacion de que la naturaleza se burlaba de el. ?Por que todo renacia con belleza excepto sus piernas? Nunca a lo largo de toda su vida habia odiado tanto su invalidez como le habia ocurrido durante el ultimo mes, al darse cuenta de que su vecina, Rafaela, turbada, posaba sus ojos inocentes en aquellas piernas deformes. La muchacha carecia de la mas minima picardia, y no conseguia evitar ciertas miradas de soslayo hacia ellas; luego, azorada, balbuceaba y desviaba la atencion hacia su rostro.
Aunque llevaba mucho tiempo viendola entrar y salir de la casa de al lado, no se habia fijado en ella hasta unas cuantas semanas atras. Era de noche, Cordoba estaba en silencio y el habia acudido a las cuadras a comprobar como se aclimataba el nuevo potro que les acababa de traer Toribio desde el cortijo. Cinco anos atras Hernando, al ver que Volador envejecia, se habia decidido a arreglar el cortijillo de Palma del Rio con la idea de cruzar a Volador con algunas yeguas de desecho que compro en las caballerizas reales. Alli tambien contrato a un jinete: Toribio, quien desde entonces, con mas o menos acierto, se encargaba de la doma de los potros. Cuando los creia domados, los hacia llegar a las cuadras de la casa de Cordoba.
Aquella noche Miguel bajo a ver un potro que se llamaba Estudiante y era hijo, igual que Cesar —el otro caballo que tenian estabulado en las cuadras de la casa—, de Volador y de una yegua de color fuego. Hernando estaba preocupado por los potros; por eso Miguel acudia a las cuadras con asiduidad, a cualquier hora. Lo cierto era que los animales no estaban bien domados al pesebre; eran ariscos y desconfiados y en cuanto se les montaba quedaba claro que tampoco su doma de silla habia sido correcta, sino violenta y carente