hombros, una mirada dulce y una nariz pequena sobre labios finos. Esa noche, por fin, cara a cara, ella le conto el porque de sus sollozos. Su padre, el jurado don Martin Ulloa, no tenia dinero para dotar a sus dos hijas y al mismo tiempo costear los gastos de sus dos pretenciosos hijos varones.
—Se creen hidalgos —comento Rafaela con resquemor—, y no son mas que los hijos de un fabricante de agujas cuyo padre consiguio con malas artes una juraduria. Mi padre, mis hermanos, mi madre incluso, actuan como si fueran nobles de cuna.
Por ello, don Martin habia decidido que la primogenita, la timida y seria Rafaela, que no parecia ser capaz de atraer a un buen partido, ingresase en un convento; asi el podria concentrar la dote en una sola de sus hijas, la pequena, mas agraciada y, segun todos, mas coqueta. Pero el jurado tampoco tenia dinero para donar a las ordenes de religiosas con las que negociaba el ingreso de su hija, y Rafaela veia que iba a terminar encerrada, en calidad de vulgar criada, al servicio de las monjas mas pudientes: la unica salida que se le presentaba a una piadosa joven cristiana soltera y sin recursos.
—Oi como lo comentaban mi padre y mis hermanos. Mi madre estaba presente, pero callada, sin oponerse a ese mercadeo. Si cualquiera de ellos ahorrase en sus fatuos dispendios... ?Me tratan como a una apestada!
Odiando sus piernas deformes, noche tras noche, Miguel se sorprendio al observar que los ariscos potros se dejaban acariciar por Rafaela, entregados a sus dulces susurros y caricias hasta que una noche, por primera vez en su vida, con la muchacha sentada frente a el, sobre la paja, le fallaron las palabras con las que acostumbraba a urdir sus historias; solo deseaba acercarse a ella y abrazarla, pero no se atrevia; ?como hacerlo con aquellas piernas? Cuando volvio a quedarse a solas, medito durante el resto de la noche. ?Que podia hacer el por aquella desgraciada joven que merecia un destino mejor?
59
Una manana de aquel enero de 1595, Hernando se dispuso a ensillar a Estudiante.
—Me voy a Granada —anuncio a Miguel.
—Senor, ?no seria mejor que montases a Cesar? —sugirio este—. Esta mas...
—No —le interrumpio Hernando—. Estudiante es un buen caballo y le vendra bien el viaje. Tendre tiempo para ensenarle y entrenarle. Ademas, asi me distraere durante el camino.
—?Cuanto tiempo estaras fuera?
Hernando le miro con la cabezada en la mano, dispuesto a ponerle el freno a Estudiante, y sonrio.
—?No eres tu el que sabes cuando vuelven o no vuelven los animales y las personas? —le dijo, tal y como acostumbraba a hacer cada vez que salia de viaje.
Miguel esperaba aquella replica.
—Bien sabes que contigo no me sirve, senor. Hay cosas que hacer, decisiones que tomar, cobrar a los arrendatarios, y necesito saber...
—Y encontrarte con tu visitante nocturna —le sorprendio. Miguel enrojecio. Trato de excusarse, pero Hernando no se lo permitio—. Yo no tengo nada que objetar, pero ten cuidado con su padre: si se enterase, seria capaz de colgarte de un arbol y me