En la tercera jornada, Hernando hizo noche en la misma Al-mansa. Alli debia abandonar la transitada y antigua via romana para internarse a lo largo de cinco leguas por senderos, y queria hacerlo de dia.

Al dia siguiente, ya de camino, fue Estudiante el que recelo y le aviso del peligro. Caminaba al paso por una vereda solitaria a lo largo del fertil valle rodeado de altas montanas; el castillo de Ayora se alzaba ante sus ojos, sobre un risco, a una legua de distancia. Solo se oia su propio caminar en el momento en que Estudiante irguio las orejas e hizo ademan de no querer continuar. Hernando escruto los alrededores: no se percibia movimiento alguno, pero Estudiante caminaba reacio, atento, en tension, volviendo las orejas, tiesas, hacia uno y otro lado. El caballo parecia pedirselo, porque en el mismo momento en que decidio confiar en el instinto del animal, antes incluso de clavarle las espuelas, Estudiante dio una lanzada hacia delante y se puso a galope tendido; Hernando se tendio sobre su cuello. Solo unos pasos mas alla, de ambos lados del camino surgieron varios hombres armados, cuyos rostros ni siquiera llego a vislumbrar. Uno de ellos se aposto desafiante en el centro de la vereda con una vieja espada en la mano. Hernando grito y espoleo con fuerza a Estudiante. El hombre dudo, pero opto por saltar para apartarse del frenetico galope del animal; pese a ello, Hernando, con la mirada clavada en la herrumbrosa espada del bandolero, quebro el galope de Estudiante justo a la altura de su atacante para lanzarle el caballo encima y asi impedir que descargara el golpe de espada a su paso. Estudiante respondio con agilidad, como si de sortear las astas de un toro se tratase, y el bandido salio despedido mas alla del camino. Luego reinicio el galope y Hernando volvio a tumbarse sobre el cuello del caballo, para esquivar dos disparos de arcabuz. Las pelotas de plomo silbaron en el aire, muy cerca de el.

—Volador puede estar orgulloso de ti —le felicito despues, palmeando el cuello del caballo, con el castillo de Ayora ya sobre sus cabezas.

Continuo hasta Jarafuel, adonde llego sin ningun otro incidente. Busco al joven alfaqui y, con el, se dirigio al taller de Binilit. Dejaron a Estudiante atado en un pequeno huerto situado en la parte posterior de la casa de Munir.

—?Has venido solo? —le pregunto el alfaqui mientras iban en direccion al taller.

—Si. Y ademas he tenido un mal encuentro a la altura de Ayora...

—No lo preguntaba por eso —le interrumpio el alfaqui—, aunque buscare a alguien que, por lo menos, te acompane de vuelta a Almansa; yo mismo puedo hacerlo. No. Lo decia porque no se como te vas a llevar tu solo todo lo que ha preparado el maestro Binilit. Ha hecho un gran trabajo.

Hernando no habia previsto que una cosa era transportar papeles y otra muy diferente llevar laminas de plomo, asi que en Cordoba se limito a coger unas alforjas que habia colgado de la grupa de Estudiante y atado a la parte posterior de la montura. Ya en el taller de Binilit, no pudo impedir que se le escapase un silbido de sorpresa ante el trabajo que le mostro el orfebre: habria cien o doscientas laminas... ?Quiza mas! Se trataba de medallones de plomo de casi medio palmo de diametro en los que el maestro habia cincelado los escritos proporcionados por Hernando. Estaban amontonados en pilas en una esquina del taller. ?Era imposible transportar todo aquel volumen y peso en unas simples alforjas!

Cogio uno de los medallones al azar, el primero de una pila: El libro de los fundamentos de la Iglesia, lo habia titulado Hernando en sus escritos. Sopeso el medallon de plomo en su mano y luego observo el trabajo del orfebre. ?Magnifico! Binilit habia trasladado con precision sus letras puntiagudas a aquella pequena lamina.

—A Maria no le toco el pecado primero —sentencio el

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