gustaria encontrarte sano y salvo a mi regreso.

—Es una muchacha muy desgraciada, senor.

Hernando acababa de embocar el freno a Estudiante, que respondio mordisqueando el hierro sin cesar.

—Este Toribio nunca entendera lo de los palos con miel —se quejo ante el vicio del potro—. ?Desgraciada? ?Que le pasa a esa joven? —pregunto entonces, en tono distraido.

El silencio que siguio a su pregunta le obligo a detenerse, en esta ocasion con el recado de montar en sus brazos. Hernando intuyo que Miguel queria contarle algo; llevaba intentandolo desde hacia dias, pero el tenia otras cosas en la cabeza. Al ver su semblante triste, Hernando suspiro y se acerco a su amigo.

—Te veo preocupado, Miguel —le dijo mirandole a los ojos—. Ahora no puedo demorarme, pero te prometo que cuando regrese hablaremos de ello.

El joven asintio en silencio.

—?Ya has puesto fin a lo que estabas escribiendo, senor?

—Si. Yo he terminado. Ahora —anadio despues de hacer una pausa— le corresponde actuar a Dios.

Pero Hernando no se dirigio a Granada como habia dicho. En lugar de salir de Cordoba por el puente romano, lo hizo por la puerta del Colodro y tomo la ruta de Albacete hacia la costa mediterranea, en direccion a Almansa desde donde tenia intencion de encaminarse al norte, hacia Jarafuel. Desde el primer momento, Estudiante se mostro arisco y huidizo. Le dejo hacer, soportando sus espantadas y sus hachazos en el freno mientras cabalgaba por los transitados alrededores de Cordoba. Mas tarde, al dejar atras el cruce con el camino de las Ventas que llevaba a Toledo, lo espoleo para ponerle a galope tendido e iniciar una frenetica carrera en la que solo mando la violencia del jinete. Bastaron dos leguas. Pese al frio del invierno, el caballo sudaba cuando cruzo el puente de Alcolea; resoplaba por los ollares pero, sobre todo, se habia entregado ya a sus espuelas. A partir de alli anduvieron al paso; le quedaban cerca de sesenta leguas hasta llegar a Almansa y se trataba de un viaje largo y pesado, como habia tenido oportunidad de comprobar hacia unos meses, tras un viaje a Granada por el asunto del martirologio. El nuevo arzobispo, don Pedro de Castro, seguia encargandole informes tal y como habia hecho su difunto antecesor.

Habia sido Castillo quien le aconsejo que se dirigiera a Jarafuel. Este pueblo, junto con Teresa y Cofrentes, estaba situado en el linde occidental del reino de Valencia, al norte de Almansa, en un fertil valle cuyas aguas iban a unirse al rio Jucar; al otro lado del valle se alzaba la Muela de Cortes. Pero lo importante era que esos lugares eran mayoritariamente moriscos.

—No tengo pergaminos antiguos —se habia quejado en su anterior viaje a Granada, reunido con don Pedro, Miguel de Luna y Alonso del Castillo en la Cuadra Dorada, bajo los reflejos verdes y dorados del artesonado del techo—. De momento lo estoy escribiendo todo en papel normal, pero...

— No deberiamos utilizar pergaminos —alego Luna, que acababa de publicar la primera parte de su obra La verdadera historia del rey Rodrigo , originando una acerada polemica entre los intelectuales de toda Espana. Desgraciadamente para el escritor, las opiniones mas desfavorables a la positiva vision arabe que proponia en su obra fueron encabezadas precisamente por un morisco, el jesuita Ignacio de las Casas—. Algunos intelectuales han tachado el pergamino de la Turpiana de falso, arguyendo que no era antiguo...

—Antiguo si que lo era —le interrumpio Hernando con una

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