tampoco disponian de veterinarios capaces de tratar a los caballos. Ya de dia, Hernando permanecio un largo rato quieto en un campo cercano al de las mulas, observando a la luz del sol el estado de los animales. No estaba preparado para aquello; no se trataba de los problemas usuales de las mulas. ?Como habian conseguido regresar, sin morir en el camino, algunos de aquellos animales? El frio era intenso y dos caballos agonizaban sobre la tierra escarchada; otros se mantenian quietos, doloridos, mostrando profundas heridas de pelotas de arcabuces, de espadas, de lanzas o alabardas de los soldados cristianos. De los ollares de todos ellos surgian convulsas vaharadas. Ubaid se mantenia a varios pasos de el; su mirada iba de caballo en caballo. Esa noche Hernando se acosto lejos del manco, con la Vieja trabada a su lado y suavemente atada a una de sus piernas: la Vieja siempre desconfiaba de cualquier desconocido que pretendiera acercarsele.
—?Ponte a trabajar! —La orden se escucho a sus espaldas. Hernando se volvio para encontrarse con Brahim y varios monfies—. ?Que haces ahi parado? ?Curalos!
?Curarlos? Estuvo a punto de contestar a su padrastro, pero se reprimio a tiempo. Uno de los monfies que acompanaban a Brahim, gigantesco, cargado con un arcabuz finamente labrado con arabescos dorados y un canon casi el doble de largo que lo normal, le senalo a un alazan de poca alzada. Lo hizo con el arcabuz, manejando el arma con un solo brazo, como si no pesara mas que un panuelo de seda.
—Aquel es el mio, muchacho. Lo necesitare pronto —dijo el monfi, al que apodaban el Gironcillo.
Hernando miro al alazan. ?Como podia aquella pobre bestia cargar con tal mole? Solo el arcabuz pesaria una barbaridad.
—?Muevete! —le grito Brahim.
?Por que no?, se pregunto el muchacho. Cualquiera podia ser el primero.
—Examina a aquellos dos —le dijo a Ubaid, senalando a los que agonizaban sobre la escarcha, al tiempo que el se dirigia hacia el alazan sin dejar de comprobar, por el rabillo del ojo, si el manco cumplia sus ordenes.
Pese a los trabones que inmovilizaban sus manos, el caballo renqueo unos pasos en direccion contraria cuando Hernando trato de acercarse. Una herida sangrante que partia de lo alto de la grupa le cruzaba el anca derecha. «No podra moverse mucho mas rapido», penso entonces. En dos saltos podria agarrarlo del ronzal y ya lo tendria; sin embargo... Arranco hierba seca y extendio la mano, susurrandole. El alazan parecia no mirarle.
—?Cogelo ya! —le insto Brahim a sus espaldas.
Hernando continuo susurrando al caballo, recitando ritmicamente la primera sura.
—Acercate y cogelo —insistio Brahim.
— ?Callate! —mascullo Hernando sin volverse. La impertinencia parecio resonar hasta en las armas de los monfies. Brahim salto hacia el, pero antes de que pudiera golpearle, el Gironcillo le agarro por el hombro y le obligo a esperar. Hernando escucho la reyerta y aguanto con los musculos de la espalda en tension; luego torno a canturrear. Largo rato despues, el alazan giro el cuello hacia el. Hernando extendio un poco mas el brazo, pero el caballo no estiro el cuello hacia la hierba que se le ofrecia. Asi volvieron a transcurrir otros interminables instantes, mientras el muchacho agotaba las suras que conocia. Al fin, cuando el vaho de los ollares del animal surgia con regularidad, se acerco lentamente y lo agarro del ronzal con suavidad.
—?Como estan los otros dos? —pregunto entonces a Ubaid.