cada vez mas perseguidas. Los dos hombres se abrazaron y luego se observaron el uno al otro, sin reparos. Durante la exigua cena que les sirvio la esposa del alfaqui de Jarafuel, sentados en el suelo sobre unas sencillas esteras, hablaron de la reunion que iba a celebrarse en el pequeno y escondido pueblo de Toga, todavia a varias jornadas de alli y de mayoria morisca, como casi todos los de la zona. Se discutiria alli el intento de rebelion mas serio urdido desde el levantamiento de las Alpujarras en el que, segun se decia, estaban implicados el rey Enrique IV de Francia y lo habia estado tambien la reina Isabel de Inglaterra hasta su reciente muerte.
La rebelion llevaba fraguandose tres anos y don Pedro de Granada Venegas, Castillo y Luna, rogaron a Hernando que acudiera junto a Munir a la reunion en la que iban a culminar todas aquellas negociaciones. Los tres veian cercano el exito de los plomos; el proceso de autentificacion no podia demorarse mucho mas y una nueva revuelta echaria por tierra todos sus esfuerzos.
El alfaqui de Jarafuel entendio los argumentos que en ese sentido le expuso Hernando.
—En todo caso —alego sin embargo—, va a hacer diez anos que aparecieron los plomos y debes reconocer que nada se ha conseguido. Y sin el reconocimiento de Roma no valen nada. Esa es la realidad. Por el contrario, la situacion de nuestros hermanos ha empeorado de forma significativa en estos reinos. Fray Bleda continua exigiendo con insistencia en nuestra mas completa destruccion por el medio que sea. Tal es el rigor de ese dominico que hasta el inquisidor general, ?el inquisidor general!, le ha prohibido opinar acerca de los nuestros, pero el fraile continua acudiendo a Roma, y alli el Papa le escucha. Sin embargo, lo mas importante es el cambio de opinion del arzobispo de Valencia, Juan de Ribera.
Munir hizo una pausa; su semblante, con mas arrugas de las que deberia haber tenido a su edad, expresaba una franca preocupacion.
—Hasta hace poco —prosiguio el alfaqui—, Ribera era un ferviente defensor de la evangelizacion de nuestro pueblo, tanto que llego a pagar de su pecunio personal los sueldos de los parrocos que debian llevar a cabo esa tarea. Eso nos beneficiaba: los sacerdotes que llegan por aqui no son mas que una banda de ladrones incultos que no se preocupan lo mas minimo por nosotros; con que acudamos a comer la torta los domingos se dan por satisfechos. La unica iglesia que hay para todo el valle de Cofrentes es esta, la de Jarafuel, y ni siquiera es una iglesia, ?se trata de la antigua mezquita! Despues de anos de intentarlo sin resultados y de gastar mucho dinero, Ribera ha cambiado de opinion y ya ha enviado un memorial al rey en el que propone que todos los moriscos sean esclavizados, destinados a galeras o condenados al trabajo en las minas de Indias. Sostiene que Dios agradeceria esa decision, asi que el rey podria tomarla sin escrupulo alguno de conciencia. Esas han sido sus palabras, literalmente.
Hernando nego con la cabeza. Munir asintio gravemente.
—El fraile no me preocupa, hay muchos como el, pero Ribera, si. No solo es el arzobispo de Valencia, tambien es patriarca de Antioquia y, lo mas importante, capitan general del reino de Valencia. Se trata de un hombre muy influyente en el entorno del rey y del duque de Lerma.
El alfaqui hizo otra larga pausa, como si necesitara meditar antes de seguir hablando.
—Hernando, te consta que aplaudi vuestro intento con los plomos, pero tambien entiendo al pueblo. Temen que llegue el dia en que el rey y su Consejo lleguen a adoptar alguna de esas drasticas medidas de las que tanto se habla, y frente a ello solo nos resta una posibilidad: la guerra.
—Desde las Alpujarras he sabido de muchos intentos de levantamiento, algunos disparatados, todos fracasados. —Hernando no estaba dispuesto a dar su
