brazo a torcer. ?Mas guerra? ?Mas muertes? ?No habia habido ya bastantes?—. ?En que se diferencia este?

—En todo —replico con contundencia el alfaqui—. Hemos prometido... —Al ver que Hernando enarcaba las cejas, Munir aclaro—: Si, me incluyo; lo apoyo, ya te lo he dicho. Es una guerra santa —afirmo con solemnidad—. Hemos prometido que si los franceses invaden este reino, les ayudaremos con un ejercito de ochenta mil musulmanes y les entregaremos tres ciudades, entre ellas Valencia.

—Y... ?los franceses os creen?

—Lo haran. Se les va a entregar ciento veinte mil ducados en garantia de nuestra palabra.

—?Ciento veinte mil ducados! —exclamo Hernando.

—Asi es.

—Es una barbaridad. ?Como...? ?Quien ha sufragado esa cifra?

Hernando rememoro las graves dificultades padecidas por la comunidad morisca para hacer frente a los impuestos especiales a los que los sometian los reyes cristianos, los mismos que despues pretendian exterminarlos. Tras la derrota de la Gran Armada se les obligo a pagar, «graciosamente», rezaban los documentos, doscientos mil ducados; otro tanto les fue requerido tras el saqueo de Cadiz por parte de los ingleses, ademas de las multiples contribuciones especiales con que los cristianos cargaban a los moriscos. ?Como podian hacer frente ahora a tan importante desembolso?

—Pagan ellos —rio el alfaqui imaginando las dudas de su companero.

—?Ellos? —pregunto Hernando, extranado—. ?A quien te refieres?

—A los cristianos. Lo hace el propio rey Felipe. —Hernando le hizo un imperioso gesto para que se explicase—. Pese a todas las riquezas que llegan de las Indias y los impuestos que cobra a los pecheros, la hacienda del reino esta en bancarrota. Felipe II suspendio sus pagos en varias ocasiones y su hijo, el tercero, no tardara en hacerlo.

—?Que tiene eso que ver? Si resulta que el rey no tiene dinero, ?como va a pagar esos ciento veinte mil ducados? Eso suponiendo que... ?Es absurdo!

—Ten paciencia —le rogo el alfaqui—. Esa situacion financiera llevo al rey Felipe II a rebajar la ley de la moneda de vellon. —Hernando asintio. Como todas las gentes de Espana, tambien el habia sufrido la decision del monarca—. De un vellon rico, con cuatro o seis granos de plata por moneda, paso a labrarse otro de un solo grano.

—La gente se quejaba —rememoro Hernando—, porque obligaron a cambiar monedas con mucha plata por otras que carecian de ella, ?a la par! Por cada vellon perdieron tres granos o mas de plata.

—Exacto. La hacienda real recogio las monedas antiguas y obtuvo unos importantes beneficios con esa artimana, pero los consejeros no previeron el efecto que eso supondria en la confianza del pueblo en su moneda, sobre todo en la menuda, la que mas se utiliza. Luego, hace dos anos, su hijo, Felipe III, decidio que el vellon no debia labrarse ni con ese grano de plata y ordeno que fuera exclusivamente de cobre. Como las monedas carecen de ley, ni siquiera llevan la marca del ensayador de la ceca que las ha labrado. ?Y nosotros nos estamos hartando de labrar monedas! —sonrio Munir—. Binilit ya fallecio, pero en su taller, el que fuera su aprendiz ya no fabrica joyas moriscas; se limita a falsificar moneda constantemente,

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