que pocas veces antes habia conseguido. Estoy escribiendo lo que pretendo sea un bello ejemplar del Coran. Los caracteres brotan proporcionados entre ellos y disfruto coloreando los puntos diacriticos. Tambien rezo en la mezquita, delante del
En ese momento, la mirada de Hernando se perdio en el cielo estrellado. La imagen de Rafaela acudio a su mente. Aquella joven delgada y temerosa habia florecido y se habia convertido en toda una mujer: tras el nacimiento de sus hijos, sus pechos se habian vuelto mas generosos, sus caderas mas anchas. Munir no quiso interrumpir unos pensamientos que presentia se dirigian hacia aquella muchacha que parecia haberse ganado el corazon de su companero.
—Y ademas estan los ninos —anadio Hernando, con una sonrisa—. Ellos son mi vida, Munir. Pase muchos anos, mas de catorce, sin oir la risa de un nino; sin notar el contacto de esa mano fragil que busca proteccion entre la tuya y sin observar en sus ojos, inocentes y sinceros, todo aquello que no se atreven o no saben como decir. Su solo rostro es la mas bella de las poesias.
»Sufrimos mucho cuando se nos murio el tercer hijo, que ni siquiera habia empezado a andar. Ya perdi dos, pero este fue el primero cuya vida vi apagarse entre mis manos sin poder hacer nada por evitarlo. Senti un inmenso vacio: ?por que Dios se llevaba a ese ser inocente? ?Por que me castigaba con dureza una vez mas? No era el primer hijo que me arrebataba cruelmente, pero Rafaela... Se quedo destrozada; tuve que ser fuerte por ella, Munir. Aunque parte de mi tambien murio con ese pequeno, me vi obligado a demostrar entereza para ayudar a mi esposa a superar ese trance. Desde entonces Rafaela no habia vuelto a quedarse embarazada. Pero ahora Ala nos ha bendecido: ?esperamos un nuevo hijo!
La mirada de Hernando volvio a perderse en el cielo estrellado. Rafaela y el habian sufrido la agonia del pequeno, cada uno rezando a su Dios en silencio. Estuvieron al lado del tercero de sus hijos hasta que este exhalo su ultimo aliento. Juntos lo lloraron; juntos lo enterraron segun los ritos cristianos, sumidos en la desesperacion; juntos regresaron a casa, apoyados el uno en el otro. Rafaela, deshecha en llanto, se vino abajo cuando por fin se encontraron a solas. Habia tardado mucho en volver a ver su sonrisa, en volver a oir sus cantos por la casa. Pero poco a poco, los otros dos ninos y el apoyo de Hernando habian logrado que su rostro recobrara la alegria. Hernando recordo esos tristes meses con dolor, pero a la vez con un intimo orgullo: ambos habian superado aquella desdicha, y su union, que habia empezado con una base debil, se habia visto reforzada despues de ellos. Solo dos cosas no habian cambiado desde aquel frio y lejano inicio: Rafaela continuo respetando la biblioteca, donde sabia que el escribia en arabe; Hernando, pese a la decision de dormir juntos, respeto las convicciones de su esposa y no intento que olvidara el pecado cuando mantenian relaciones sexuales. Sin embargo, se extrano al descubrir otra forma de placer: el derivado del amor con que ella lo recibia por las noches, silencioso, tranquilo, desapasionado y ajeno al disfrute de la carne, como si ambos pretendieran que nada ni nadie pudiera enturbiar la belleza de su union.
—Y, dime, a los ninos, ?los educas en la verdadera fe? ?Sabe tu esposa de tus creencias? —se intereso Munir.
— Si, lo sabe —contesto—. Es una larga historia... Miguel, el tullido que urdio el matrimonio, se lo confeso con anterioridad. Ella..., ella es de pocas palabras, pero nos entendemos con la mirada, y cuando rezo ante el