quitarles la razon a quienes defendian con pasion la necesidad de tomar las armas. Pero algo le decia que, una vez mas, esa no seria la solucion. «Quiza me he hecho viejo —penso Hernando—. Quiza la vida apacible que llevo ahora me ha debilitado...» Sin embargo, en su fuero interno algo seguia diciendole que la violencia resultaria inutil.
—?La Inquisicion nos esquilma! —oyo que gritaba un morisco a sus espaldas.
Era cierto. Munir tambien se lo habia explicado durante el largo camino hasta Toga. En Cordoba no sucedia asi, pero en aquellas tierras de moriscos eran tantos los pecados que teoricamente cometian los cristianos nuevos que la Inquisicion cobraba por adelantado y cada comunidad estaba obligada a pagar una cantidad anual a la Suprema.
—?Los senores tambien! —grito otro.
—?Pretenden matarnos a todos!
—?Castrarnos!
—?Esclavizarnos!
Los gritos se sucedian, cada vez mas fuertes, cada vez mas airados.
Hernando escondio la mirada en la tierra. ?Acaso no era verdad? ?Tenian razon! Las gentes no podian vivir, y el futuro... ?que futuro esperaba a los hijos de todos ellos? Y ante eso, el, Hernando Ruiz, de Juviles, se refugiaba en su biblioteca, mientras vivia con holgura y comodidad... ?Y se empenaba ingenuamente en minar los cimientos de la religion cristiana buscando respuesta en los libros!
Temblo al oir el proyecto que se llego a pactar tras arduas discusiones entre los presentes: la noche del Jueves Santo de 1605, los moriscos se levantarian en Valencia e incendiarian las iglesias para llamar la atencion de los cristianos. Al mismo tiempo, Enrique IV mandaria una flota al puerto del Grao. En todos los lugares, los jeques moriscos alzarian en armas a sus gentes. Pero ?y si el rey frances no cumplia como no lo hicieron los del Albaicin de Granada cuando la sublevacion de las Alpujarras? En ese caso, los moriscos volverian a quedarse solos, una vez mas, frente a la ira de los cristianos por haber profanado sus iglesias. Igual que anos atras. Estaban poniendo su futuro en manos de un rey cristiano; enemigo de Espana, cierto, ?pero cristiano al fin y al cabo! ?Cuantos de aquellos que ahora discutian habian vivido la guerra de las Alpujarras? Quiso intervenir pero el griterio era ensordecedor; hasta Munir, con el brazo alzado al cielo, aullaba exigiendo la guerra santa.
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El grito, unanime, retumbo en el bosque.
Se procedio entonces al nombramiento del rey de los moriscos: Luis Asquer, del pueblo de Alaquas, fue el elegido. El nuevo monarca fue vestido con una capa roja, empuno una espada y se dispuso a jurar el cargo conforme a las costumbres. Los hombres lo aclamaron, se levantaron y lo rodearon. Hernando se aparto del grupo; la decision ya estaba tomada... La guerra era inevitable. ?Ganar o ser exterminados! Fue alejandose de los vitores y el bullicio, mientras recordaba las muchas ocasiones en que habia oido esos mismos gritos en las Alpujarras. El mismo...
De repente, sintio un fuerte golpe en la nuca. Hernando creyo que le iba a reventar la cabeza y empezo a desplomarse. Sin embargo, aturdido, noto como varios hombres lo agarraban de los brazos y lo arrastraban mas alla del claro y de sus fuegos, hasta los arboles. Alli lo dejaron caer al suelo. Entre el retumbar de su cabeza y la vision borrosa, creyo ver tres... cuatro hombres en pie, quietos a su alrededor. Hablaban en arabe. Intento incorporarse pero el aturdimiento se lo impidio. No llegaba a entender lo que decian; los aplausos y ovaciones al nuevo rey resonaban con potencia.
—?Que... que quereis? —logro balbucear en arabe—.