y como el, muchos otros. Hoy en dia ya no es necesario que las monedas sean de cobre, se admiten las de plomo y hasta las simples cabezas de clavo toscamente repujadas con algo similar a lo que pueda ser un castillo y un leon en cada una de sus caras. ?Por cada cuarenta monedas falsas, los cristianos nos estan pagando hasta diez reales de plata! Se calcula que hay centenares de miles de ducados en moneda falsa corriendo por el reino de Valencia.
—?Por que no las falsifican los mismos cristianos? —inquirio Hernando a pesar de que intuia la respuesta.
—Por miedo a las penas a los falsificadores y porque no poseen nuestros talleres secretos. —Munir sonrio—. Pero principalmente por simple pereza: hay que trabajar, y eso, ya sabes, no le atrae ni al mas humilde de los artesanos cristianos.
—Pero la gente, los comerciantes, ?por que admiten esos dineros que les consta son falsos? —siguio interesandose Hernando, recordando de nuevo como controlaba Rafaela que las monedas menudas con las que compraba fueran autenticas, aunque en Cordoba esas falsificaciones no se daban en tanta abundancia como la que acababa de senalar el valenciano.
—Les da lo mismo —explico el alfaqui—. Eso es lo que te he comentado antes. Desde que Felipe II les robo tres granos de plata por cada pieza, desconfian de la moneda. Con la aparicion de la falsa todos creen ganar y para que lo haga el rey, ya lo hacen ellos. Simplemente, se acepta. Es un nuevo sistema de cambio. El unico problema es que los precios suben, pero a nosotros eso no nos afecta tanto como a los cristianos; no compramos como ellos, nuestras necesidades son mucho menores.
—?Y asi habeis conseguido los ciento veinte mil ducados? —Hernando no podia evitar un enorme asombro ante ese hecho.
—Gran parte de ellos —dijo el alfaqui con una sonrisa de satisfaccion—. Otra parte nos ha llegado en ayuda desde Berberia, de todos nuestros hermanos que han ido estableciendose alli y que comparten nuestras esperanzas de recuperar las tierras que nos pertenecen.
Habian dado ya cuenta de la frugal cena servida por la esposa de Munir. El alfaqui se levanto y le invito a salir al huerto posterior de la casa, donde la luna y un limpido cielo estrellado sobre la Muela de Cortes les ofrecia un panorama espectacular.
—Pero —dijo Munir mientras le guiaba—, hablame de ti. Ahora ya sabes cuales son mis intenciones: luchar y vencer... o morir por nuestro Dios. Soy consciente de que no son de tu agrado. —El alfaqui se apoyo sobre la baranda que cerraba el huerto, en lo alto del cerro en el que se enclavaba Jarafuel, el valle a sus pies y la Muela de Cortes mas alla—. ?Que ha sido de tu vida desde la ultima vez que nos vimos? —inquirio al notar que Hernando se situaba a su lado.
El morisco dirigio la vista al cielo y sintio el frio del invierno en su rostro; luego empezo a contarle los sucesos acaecidos desde que volviera a Cordoba tras entregar los primeros plomos en Granada.
—?Te has casado con una cristiana? —le interrumpio Munir al saber de Rafaela.
No hubo reproche en su pregunta. Ambos permanecian con la vista al frente; dos figuras recortadas en la noche, erguidas sobre la baranda, solas.
— Soy feliz, Munir. Vuelvo a tener una familia, dos hijos hermosos —contesto Hernando—. Tengo mis necesidades holgadamente cubiertas. Monto a caballo, domo los potros. Son muy apreciados en el mercado —hablaba con sosiego—. El resto del dia lo dedico a la caligrafia o a estudiar mis libros. Creo que la serenidad que me ha proporcionado esta nueva situacion me permite unirme a Dios en el momento en que mojo el calamo en la tinta y lo deslizo sobre el papel. Las letras surgen de mi con una fluidez y una perfeccion