tiene siete anos. Todavia no son capaces de fingir. Seria peligroso si se delatasen en publico. Un preceptor viene a casa a educarlos. Yo me conformo, por ahora, con contarles cuentos y leyendas de nuestro pueblo.
—?Lo consentira Rafaela cuando llegue el momento? —pregunto el alfaqui.
Hernando suspiro.
—Creo... estoy seguro de que hemos llegado a un acuerdo tacito. Ella reza sus oraciones con ellos, yo les narro historias del Profeta. Me gustaria... —se interrumpio. No sabia si el alfaqui podria entender cual era su sueno: educar a sus hijos en las dos culturas, en el respeto y la tolerancia. Opto por no seguir—. Estoy convencido de que lo hara.
—Buena mujer, entonces.
Continuaron charlando largo rato bajo las estrellas, aprovechando los breves instantes de silencio en su conversacion para respirar la esplendida noche que les rodeaba.
Tres dias antes de la Navidad de 1604, sesenta y ocho representantes de las comunidades moriscas de los reinos de Valencia y Aragon se dieron cita en el claro de un bosque por encima del rio Mijares, cerca de la pequena y apartada poblacion de Toga. Con ellos, una decena de berberiscos y un noble frances llamado Panissault, enviado por el duque de La Force, mariscal del rey Enrique IV de Francia. Anochecia cuando, tras superar la vigilancia de algunos hombres que controlaban los alrededores del lugar, Hernando llego a Toga de mano de Munir, que iba en representacion de los moriscos del valle de Cofrentes. Hernando dejo su caballo en Jarafuel para no levantar sospechas y recorrio el trayecto montado en una mula, como el alfaqui. Tardaron siete dias en llegar, tiempo durante el que Hernando y Munir mantuvieron intensas conversaciones que les sirvieron para profundizar en su amistad.
El resplandor de varias hogueras alumbraba tenuemente el claro en el bosque. El nerviosismo se podia palpar en los hombres que se movian entre los fuegos. Sin embargo, la decision flotaba en el aire: en cuanto saludo a algunos de los otros jeques moriscos, Hernando percibio en todos ellos la firme determinacion de llevar adelante su proyecto de rebelion.
?Que seria de sus esfuerzos con los plomos?, se preguntaba ante los enardecidos juramentos de guerra a muerte que oia una y otra vez de boca de los delegados moriscos. Ya no se contaba con los turcos, como le explico Munir durante el camino; a lo mas a que aspiraban era a conseguir alguna ayuda berberisca de mas alla del estrecho. ?Los plomos terminarian por dar resultados!, se decia Hernando para sus adentros. Pronto llegaria el momento de hacer llegar la copia del evangelio de Bernabe a aquel rey arabe destinado a darlo a conocer. Asi lo sostenian don Pedro, Luna y Castillo, pero aquellas gentes no estaban dispuestas a esperar mas tiempo. Hernando se sento en el suelo, junto a Munir, entre los delegados moriscos, frente a ellos, en pie, se hallaban el noble frances Panissault disfrazado de comerciante y Miguel Alamin, el morisco que durante dos anos habia llevado a cabo la negociacion con los franceses que culminaba con aquella reunion. ?Cual era el verdadero camino? ?Quien tendria razon? Hernando no dejo de darle vueltas mientras Alamin presentaba al frances. Por un lado habia un noble granadino estrechamente relacionado con los cristianos, dos medicos traductores del arabe y el, un simple morisco cordobes; por otro, los representantes de la mayoria de las aljamas de los reinos de Valencia y Aragon, que promovian la guerra. ?La guerra! Recordo su infancia y el levantamiento de las Alpujarras, la ayuda exterior que nunca llego y la humillante y dolorosa derrota. ?Que diria Hamid de aquel nuevo proyecto violento? Y Fatima, ?cual hubiera sido la posicion de Fatima? Con los gritos de los jeques moriscos en sus oidos, en una discusion ya iniciada, se sumio en la melancolia. ?Tanto esfuerzo y tantas penurias para otra guerra! No podia