desprevenido, cayo sentado al suelo. Hernando trato de levantarse, pero el alfanje de Shamir amenazo su pecho. Hernando lo agarro con la mano. El filo le hirio la palma.
—?Acaso crees que voy a escapar? —le espeto—. ?A luchar con vosotros? —Abrio los brazos para mostrar que no llevaba armas—. Quiero entregarme a Fatima. Necesito que sea ella quien clave ese cuchillo, si es que cree realmente que yo habria sido capaz de renunciar a ella, a vosotros, de haber sabido que seguiais vivos.
Por primera vez llego a vislumbrar el rostro de su hermanastro y reconocio en el los rasgos de Brahim. Shamir interrogo a Abdul con la mirada y este asintio tras unos momentos de duda: Fatima se merecia llevar a cabo su venganza, en persona, igual que habia hecho con Brahim.
En ese momento, en el claro, finalizo la coronacion y los moriscos estallaron en vitores y aplausos.
La mayoria de los delegados y jeques aprovecharon lo que restaba de la noche para iniciar el regreso a sus pueblos. El frances Panissault lo hizo con la promesa de que los ciento veinte mil ducados le serian entregados en la ciudad de Pau, en el Bearne frances, de donde era gobernador el duque de La Force. Al principio, con el trajin de gente despidiendose alborotada, Munir ni se habia percatado de la ausencia de Hernando, pero poco a poco empezo a preocuparse y a buscarlo. No lo encontro y se dirigio al lugar donde habian dejado las mulas: las dos permanecian atadas.
?Donde podria estar? No se habria marchado sin despedirse de el, ni sin la mula; su caballo estaba en Jarafuel. Pregunto a varios moriscos, pero ninguno supo darle razon. Uno de los berberiscos que colaboraba en el proyecto de rebelion paso por su lado, cargado y presuroso. ?Que iba a saber un berberisco...?
—Oye —reclamo su atencion, no obstante—, ?conoces a Hernando Ruiz, de Cordoba? ?Lo has visto?
El hombre, que hizo ademan de detenerse ante la llamada del alfaqui, se excuso con un balbuceo y prosiguio raudo su camino tan pronto como hubo oido el nombre por el que le preguntaban.
?A que esa actitud?, se extrano Munir mientras lo observaba dirigirse hacia el bosque. Unos pasos mas alla, el berberisco volvio la cabeza, pero al comprobar que el alfaqui continuaba mirandole, avivo la marcha. Munir no lo dudo y se encamino tras el. ?Que escondia el berberisco? ?Que sucedia con Hernando?
No tuvo oportunidad de plantearse mas cuestiones. Nada mas internarse entre los arboles, varios hombres saltaron sobre el y lo detuvieron; otro lo amenazo con una daga.
—Un solo grito y eres hombre muerto —le advirtio Abdul—. ?Que es lo que pretendes?
—Busco a Hernando Ruiz —contesto Munir tratando de mantener la calma.
—No conocemos a ningun Hernando Ruiz... —empezo a decir Abdul.
—Entonces —le interrumpio el alfaqui—, ?quien es el hombre que ocultais alli?
Incluso en la penumbra, los borceguies de Hernando destacaban entre las piernas de un grupo de cuatro berberiscos que pretendian esconderlo, todos ellos con practico calzado para la navegacion. Abdul se volvio hacia donde senalaba Munir.
—?Ese? —indico con cinismo al comprender la imposibilidad de negar la presencia de alguien ajeno al grupo de berberiscos—. Es un renegado, un traidor a