escasos ruidos del claro. Munir sintio un escalofrio al tiempo que advertia en aquellos dos hombres la crueldad de los corsarios. Los supo acostumbrados a juguetear con la vida y con la muerte de las personas como si se tratase de animales.
—?Quietos! —grito el alfaqui, en un intento desesperado por salvar la vida de su amigo—. Este hombre ha venido a Toga bajo mi responsabilidad, bajo mi salvaguarda.
—Morira —exclamo Abdul.
—?Acaso no comprendeis que ya esta muerto? —replico Munir, al tiempo que lo senalaba con tristeza.
—Hay miles de cristianos como el apinados en las mazmorras de Tetuan. No nos conmueve tu piedad. Nos lo llevamos —afirmo Shamir—. En marcha —ordeno despues a los berberiscos.
Munir saco fuerzas de flaqueza. Respiro hondo antes de hablar, y cuando lo hizo su voz sono firme y decidida, sin revelar el temor que le atenazaba por dentro.
—Os lo prohibo.
El alfaqui se mantuvo impasible ante las miradas de ambos corsarios. Abdul llevo su mano hacia el alfanje, como si le hubieran insultado, como si jamas hubiera recibido una orden como aquella. Munir continuo hablando, tratando de que no le temblara la voz:
—Me llamo Munir y soy el alfaqui de Jarafuel y de todo el valle de Cofrentes. Miles de musulmanes acatan mis decisiones. Segun nuestras leyes, ocupo el segundo lugar de los grados por los que se rige y gobierna el mundo y ordeno en las cosas de la justicia. Este hombre se quedara aqui.
—?Y si no obedecieramos? —inquirio Shamir.
—Salvo que me mateis a mi tambien, nunca llegareis a embarcar en vuestras fustas. Os lo aseguro.
Todos, corsarios y berberiscos, mantenian la mirada en el alfaqui. Solo Hernando seguia de rodillas en el suelo, cabizbajo, absorto en sus pensamientos.
—Brahim pago sus fechorias —afirmo entonces Shamir—; y este perro traidor no se librara del castigo.
—Debeis respetar a los sabios y ancianos —insistio Munir.
Uno de los berberiscos bajo la cabeza ante aquella afirmacion, justo cuando Hernando parecio despertar; ?que habia dicho Shamir? Abdul se percato de ambas situaciones: sus hombres respetarian las leyes, y el tampoco iba a matar a un alfaqui. Enfrento sus ojos azules a un Hernando que ahora le interrogaba con su expresion. Brahim habia muerto... El corsario se adelanto hacia su padre.
—Si —le espeto—, lo mato mi madre: ella tiene mas hombria y valor en una de sus manos que tu en todo tu ser. ?Cobarde!
En ese momento, uno de los berberiscos que custodiaban a Hernando le zarandeo con fuerza y otro le propino un tremendo golpe en los rinones con la culata de su arcabuz. Hernando cayo al suelo, donde lo patearon sin que el hiciera el menor ademan por defenderse.
—?Basta, por Dios! —imploro Munir.
—Por ese mismo Dios que invoca tu alfaqui, por Ala —mascullo Abdul ordenando a los hombres que cesaran en el maltrato con un gesto de la mano—Juro que te matare como te vuelvas a cruzar en mi camino. Recuerda siempre este juramento, perro.