o en la musulmana. Si contestaba que en la primera, era ahorcado en la plaza del mercado; si se empenaba en conservar su fe, se le llevaba extramuros de la ciudad, a la Rambla, y conforme al castigo divino previsto en el Deuteronomio para los idolatras, el pueblo lo lapidaba y despues quemaba su cadaver.

Salvo excepciones, los moriscos optaban por una muerte rapida y elegian hacerlo en la fe cristiana, pero justo en el momento en que la soga se tensaba, estallaban en gritos invocando a Ala. Tan conocida era esa estratagema que la gente acudia a las ejecuciones provista de piedras para lapidar al ahorcado en el momento en que clamaba el nombre del Profeta. Luego, las familias moriscas recogian las piedras y las guardaban en recuerdo de la ejecucion de sus muertos.

A los tres meses de su vuelta a Cordoba, Hernando tuvo conocimiento de que la tentativa de revuelta urdida en Toga habia sido desbaratada. Lo cierto era que durante esos tres meses, solo una cosa le habia aportado algo de bienestar en su permanente desesperanza: la carta que logro escribir para Fatima.

El y Munir habian hecho el camino de regreso de Toga en silencio, su mula siempre por detras de la del alfaqui, como si este tirase de el para llegar cuanto antes a Jarafuel. Su madre le habia enganado. Fatima vivia y habia matado a Brahim. Su hijo tambien habia jurado matarle si sus caminos volvian a cruzarse. ?Matarle! ?Su propio hijo!, pero ?acaso no lo habria hecho ya en Toga? Recordo los inocentes y expresivos ojos azules de Francisco en el patio de la casa cordobesa. Y la pequena Ines, ?que habria sido de ella? La cabeza de Hernando no paraba de dar vueltas a las revelaciones de las ultimas horas. Las imagenes, las preguntas, se agolpaban en su mente, y las punzadas de dolor se acompasaban a los cortos trancos del animal que montaba.

?Fatima! El semblante de su esposa aparecia y desaparecia en su recuerdo como si juguetease con su sufrimiento. ?Que habria pensado de el? ?Habria esperado que fuera en su busca? Cuanto tiempo, ?cuantos anos debio de confiar en su ayuda? El estomago no podia encogersele mas al imaginarla sometida a Brahim esperando su ayuda; ?su Fatima! La habia defraudado.

«?Por que, madre?» Mil veces elevo la mirada al cielo. ?Por que me lo ocultaste?

Lo que a la ida les habia costado siete dias de viaje, ahora les llevo solo cuatro. Munir, sumido en un pertinaz mutismo, se detuvo lo estrictamente necesario y viajaron por las noches, a la luz de la luna. Hernando se limitaba a obedecer las ordenes de su companero de viaje: descansemos aqui; comamos algo; demos de beber a las mulas; esta noche pararemos junto a ese pueblo... ?Por que le habia salvado la vida?

En Jarafuel, el alfaqui lo hizo esperar a la puerta de su casa, sin invitarlo a entrar. Al cabo, el mismo aparecio con el caballo de la mano.

—Aparte de al duque —trato de explicarse entonces Hernando—, solo salve a una nina de corta edad. Lo demas son rumores...

—No me interesa —le interrumpio Munir secamente.

Hernando le miro a la cara; el alfaqui le contemplaba con dureza, pero al cabo de unos instantes parecio asomar a sus ojos un atisbo de compasion.

—Te he salvado la vida, Hernando, pero es Dios quien te juzgara.

Durante el regreso a Cordoba evito la compania de frailes, mercaderes, comicos o caminantes de los que acostumbraban a transitar por los caminos principales e hizo el viaje solo, absorto en sus pensamientos. La culpa pesaba en el como una losa, y hubo

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