negativa, aparecieron los demonios de Brahim renacidos en Shamir, que se adelanto amenazadoramente hacia ella.
—Jamas volveras a verlo, Fatima. Lo matare si me entero de que existe la menor comunicacion entre vosotros. ?Lo oyes? Le arrancare el corazon con mis propias manos.
Sus gritos prosiguieron durante un buen rato ?Ella solo era una mujer! Una mujer que debia obedecer. Aquel palacio era suyo, y los esclavos, y los muebles, y la comida, hasta el aire que respiraba le pertenecia a el, a Shamir. ?Como iban a permitir que se relacionase con aquel perro cobarde que no les habia defendido en su infancia? Perderian el respeto de sus hombres y de toda la comunidad. Todos conocian el juramento que habian hecho en Toga con respecto a Hernando: los berberiscos lo habian explicado a quien quisiera escucharles. ?Que autoridad tendrian para impartir justicia entre sus hombres si consentian la mas minima relacion con el nazareno? ?Con que potestad arriesgarian la vida de sus hombres, a menudo en incursiones peligrosas, cuando a sus espaldas, en su casa, una simple mujer se permitia desobedecerles? Cumplirian su juramento si volvian a verlo. Lo matarian como a un perro.
Fatima aguanto en pie, erguida, como la noche en que habia anunciado a Brahim que jamas volveria a poseerla. Lo hizo sin buscar la ayuda de Abdul, sin mirarlo siquiera, tratando de no poner en un compromiso a su hijo, de no enfrentarlo con su companero y con quien a la postre, efectivamente, era el dueno de todo.
—Recuerda lo que te he dicho... No cometas ninguna estupidez —mascullo Shamir antes de dar media vuelta y salir de la estancia.
Fue entonces cuando Fatima, a espaldas de su hijastro, intento encontrar en su hijo un atisbo de comprension y apoyo, pero sus ojos se le mostraron frios y sus rasgos, curtidos por el sol, tan tensos como los del otro corsario. Lo vio abandonar la estancia con un caminar igual de decidido. Solo cuando se quedo sola permitio que sus ojos se llenaran de lagrimas.
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Tras la muerte de Isabel de Inglaterra, a finales de agosto de 1604, Espana e Inglaterra suscribieron un tratado de paz. Entre otros compromisos, el rey espanol se comprometia a cejar en su empeno por elevar al trono de la isla a un rey catolico. Quiza por ello, meses mas tarde, una vez firmado el acuerdo y en muestra de gratitud, Jacobo I hizo llegar a Felipe III una serie de documentos hallados en los archivos de su antecesora. En ellos constaban las propuestas de los moriscos espanoles para, con la ayuda de ingleses y franceses, alzarse contra el rey catolico y reconquistar los reinos de Espana para el islam.
El virrey de Valencia y la Inquisicion pusieron manos a la obra tan pronto como el Consejo de Estado hizo publica la conjura. Multitud de moriscos fueron detenidos y sometidos a tormento hasta que confesaron el plan. Varios de ellos fueron ejecutados conforme a las costumbres valencianas. Al reo se le preguntaba si queria morir en la fe cristiana