?Brahim! Fatima reconocio a Brahim en los gritos y amenazas de Shamir. Mucho mas poderoso que el vulgar arriero de las Alpujarras, mas listo... Fatima se estremecio al descubrir la misma voz airada, los mismos gestos, la misma expresion de ira.

Nada mas volver de Toga, Abdul y Shamir acudieron a palacio y se presentaron ante ella; ambos aparecian hoscos y serios, y se negaron a contarle que era lo que les habia ido mal. Fatima conocia su mision en Toga, ella misma se habia ocupado de reunir una gran cantidad de dinero berberisco para aquel nuevo levantamiento. Escucho sus noticias con interes, pero algo en el semblante de su hijo la turbaba.

—Abdul —dijo ella por fin, apoyando la mano en el fuerte brazo de su hijo—. ?Que te sucede?

El nego con la cabeza y murmuro algo incoherente.

—A mi no puedes enganarme. Soy tu madre y te conozco bien.

Abdul y Shamir cruzaron sus miradas. Fatima aguardaba, expectante.

—Hemos visto al nazareno —le espeto Shamir por fin—. Ese perro traidor estaba en Toga.

Fatima se quedo boquiabierta; por un instante le falto el aire.

—?Ibn Hamid? —Al pronunciar su nombre, sintio una opresion en el pecho y se llevo una mano enjoyada hasta el.

—?No le llames asi! —replico Abdul—. No lo merece. ?Es un cristiano y un traidor! Pero se arrastro como el perro que es...

Ella levanto la vista, consternada.

—?Que...? ?Que le habeis hecho? —Intento incorporarse del divan pero le flaquearon las rodillas.

—?Deberiamos haberlo matado! —grito Shamir—. ?Y juro que lo haremos si volvemos a verlo!

—?No! —La voz de Fatima surgio en forma de un aullido ronco—. ?Os lo prohibo!

Abdul miro a su madre, sorprendido. Shamir dio un paso hacia ella.

—Esperad... ?Que, que hacia en Toga? Contadmelo todo —exigio Fatima.

Lo hicieron; le hablaron del nazareno con odio, le narraron con detalle la escena vivida en Toga, le relataron las palabras del alfaqui que habian logrado salvar la vida del perro traidor. Mientras los escuchaba, atenta a cada una de sus palabras, Fatima no dejaba de pensar. Ibn Hamid estaba en Toga, con los que planeaban la revuelta; habia dedicado anos de su vida a esos textos. Eso significaba que no habia renunciado a su fe. Su rostro se fue animando a medida que los oia. ?Si fuera cierto...! ?Si fuera verdad que Ibn Hamid seguia siendo un creyente! Fue entonces cuando las palabras de Shamir resonaron en la estancia como una bofetada.

—Y debes saber que se ha casado... con una cristiana. Asi que eres libre, Fatima. Puedes volver a casarte... Aun eres bella.

—?Quien te crees que eres para decirme que puedo o no hacer? ?Nunca volvere a casarme! —le espeto ella entonces.

Y ahi, al percibir las emociones que se escondian ante esa

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