nuestra fe.

Munir no pudo evitar una sonora carcajada.

—?Renegado? No sabes lo que dices. —Abdul fruncio el entrecejo, sus ojos azules denotaban duda—. Pocas personas existen en Espana que hayan luchado y luchen mas por nuestra fe que el.

Abdul titubeo. Shamir abandono el grupo que escondia a Hernando y se aproximo.

—?Y quien eres tu para sostener tal afirmacion? —pregunto al plantarse junto a ellos.

El alfaqui pudo entonces ver a Hernando: su amigo parecia derrotado, cabizbajo, ausente. Ni siquiera mostraba interes en la conversacion que se desarrollaba a poca distancia de el.

—Me llamo Munir —afirmo. ?Que le sucedia a Hernando?—. Soy el alfaqui de Jarafuel y del valle de Cofrentes.

—Nos consta —salto Shamir— que este hombre colabora con los cristianos y que ha traicionado a los moriscos. Merece morir.

Hernando continuo sin reaccionar.

—?Que sabreis vosotros! —le espeto Munir—. De donde venis, ?de Argel, de Tetuan?

—Nosotros, de Tetuan —contesto Abdul con cierta actitud de respeto ante un alfaqui—; los demas...

Munir aprovecho la indecision de quien parecia mandar a los berberiscos para liberarse de las manos que le detenian, y le interrumpio:

—Vivis mas alla del estrecho, en Berberia, donde se puede practicar libremente la verdadera fe. —El alfaqui cerro los ojos y nego con la cabeza—. Yo mismo comulgo cada domingo. Confieso mis pecados cristianos para obtener la cedula que me permite moverme. A menudo me veo obligado a comer cerdo y a beber vino. ?Tambien me considerais renegado? ?Todos los moriscos que habeis visto esta noche se pliegan a las ordenes de la Iglesia! ?Como, si no, ibamos a poder sobrevivir y a mantener nuestra fe? Hernando ha trabajado por el unico Dios tanto o mas que ninguno de nosotros. Creedlo, no conoceis a ese hombre.

—Lo conocemos bien. Es mi padre —revelo Abdul.

—Y mi hermanastro —anadio Shamir.

Munir trato de convencer a los dos jovenes berberiscos de la soterrada labor de Hernando en favor de la comunidad. Les hablo de sus escritos, de sus anos de trabajo, de los plomos y de la Torre Turpiana, del Sacromonte y de don Pedro de Granada Venegas; de Alonso del Castillo y Miguel de Luna, del evangelio de Bernabe y de lo que pretendian. Les explico que Hernando creia que todos ellos habian muerto a manos de Ubaid.

—Su madre no sabia nada acerca de sus trabajos —replico a Abdul cuando este le hablo de la contestacion de Aisha a la carta que Fatima habia enviado a Cordoba con el judio—. Hernando tuvo que mantenerlo en secreto... incluso ante su madre. Para ella, como para todos los demas, su hijo era un renegado, un cristiano. Hernando os creia muertos. Creedme. Jamas tuvo noticia de dicha carta.

Les conto tambien que pese a estar casado con una cristiana debia de ser el unico morisco que rezaba en la mezquita de Cordoba.

— Dice que le juro a tu madre que rezaria frente al mihrab —anadio, dirigiendose a Abdul, cayendo en la cuenta de que citar a la esposa cristiana de Hernando podia dar nuevos brios a las ansias de venganza de aquellos corsarios.

El ajetreo, las charlas y despedidas de los moriscos en el

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