tajaban el cuello de manera que la nuez se mantuviera unida a la cabeza.

Hernando se coloco por detras del caballo y con la mano izquierda agarro la crin de la testa del animal al tiempo que con la derecha le rodeaba el cuello. Dudo. ?Por encima o por debajo de la nuez? Los moriscos tenian prohibido comer carne de caballo; ?que importaba entonces como lo matara? Cruzo una mirada con Ubaid, que lo observaba a distancia con los ojos entrecerrados. Debia hacerlo. Debia demostrar al arriero... Cerro los ojos y deslizo el cuchillo con fuerza. Nada mas notar el corte de la hoja, el animal echo el cuello atras, le golpeo en el rostro y se levanto chillando. No estaba trabado. Galopo aterrorizado por el campo, con la sangre manando a chorretones de su yugular y las tripas saliendo de su estomago. Tardo en morir. Alejado, agonizo con los intestinos colgando hasta desangrarse. Palido, observando como sufria, la bilis se instalo en la boca del muchacho y sin embargo... Se volvio hacia Ubaid. ?Lo que podia conseguir la naturaleza, aun herida de muerte, si se trataba de pelear por el ultimo soplo de vida! No podia confiarse, concluyo entonces: al arriero de Narila solo le faltaba una mano.

Busco una soga antes de dirigirse al segundo caballo, al que ato de pies y manos mientras el animal se dejaba hacer, agonizante. Luego repitio la operacion y le sajo el cuello con toda la fuerza que pudo. Esquivo el golpe de la testa y siguio hundiendo el cuchillo hasta que la sangre caliente le empapo la mayor parte del cuerpo. El caballo murio rapidamente, tumbado en el mismo lugar...

Con el olor dulzon de la sangre de aquel segundo caballo llenandole los sentidos, Hernando volvio a prestar atencion a la conversacion que mantenian los monfies.

—El marques no ha podido esperar a que lleguen mas refuerzos —decia uno de ellos—. Se que en Orgiva los cristianos llevan mas de quince dias encerrados en la torre de la iglesia, resistiendo el asedio de la poblacion morisca. Tiene que entrar en las Alpujarras como sea para acudir en su ayuda.

—Agradezcamoselo, pues, a los cristianos de Orgiva —rio un monfi que debia de haberse unido al grupo y al que Hernando descubrio montado en otro de los caballos que habia logrado curar.

Hicieron noche ya en la cima del cerro que se alzaba sobre el puente de Tablate. Por debajo del puente se abria una profunda y abismal garganta, y al otro lado, las tierras del valle de Lecrin. El Gironcillo le premio con una negra sonrisa y una tremenda palmada en la espalda al echar pie a tierra y comprobar que las suturas de seda habian resistido el arduo camino. Durante la noche, Hernando se ocupo y curo de nuevo a los caballos.

Al amanecer los espias anunciaron la proxima llegada del ejercito cristiano, y Aben Humeya ordeno destruir el puente. Hernando observo como descendia una partida de moriscos que desarbolo la estructura de madera hasta dejarla reducida a las cimbras y a algunos tablones sueltos, que usaron para volver junto a su ejercito. Tres de ellos se despenaron durante el regreso, y sus gritos se apagaron a medida que los cuerpos desaparecian en la profunda garganta del barranco.

—Vamos —le dijo el Gironcillo, obligandole a apartar la mirada de la sima en la que acababa de perderse el ultimo morisco despenado—. Ocupemos posiciones para recibir a esos mal nacidos como se merecen.

—Pero... —Hernando senalo hacia los caballos.

—Ya los cuidaran los ninos. Tu padrastro tiene razon: estas en edad de pelear y quiero que permanezcas a mi lado. Creo que me traes suerte.

Descendio hacia el puente tras el Gironcillo, rodeado por una multitud de moriscos. En poco rato, la ladera del cerro se poblo con mas de tres mil hombres

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