al escribano.
Hernando, aturdido, quiso protestar, pero los soldados le golpearon de nuevo y lo arrastraron hacia el grupo de moriscos que presenciaba la reyerta. Amin y Laila fueron empujados tras su padre. Gil dio orden de continuar y los deportados se pusieron en movimiento. Hernando y sus hijos recogieron sus pertenencias mientras la columna de moriscos, franqueada por soldados, desfilaba por delante de la casa.
—?Dios! ?No! —grito Rafaela al paso de su esposo—. ?Te quiero, Hernando!
Mezclado entre sus hermanos en la fe, Hernando quiso contestar, pero el empujon de quienes le seguian se lo impidio. Intento volverse: le fue imposible. Padre e hijos se vieron arrastrados por la muchedumbre.
Al final de la manana, cerca de diez mil moriscos cordobeses habian sido reunidos a las afueras de la ciudad, en el campo de la Verdad, al otro extremo del puente romano. Las milicias cordobesas los cercaban y vigilaban. Miguel tambien se encontraba alli, con su mula y los caballos completamente cargados con fardos, para controlar el alquiler que habia pactado con los moriscos; seria el quien tendria que volver de Sevilla con animales y dineros.
«?Por que no?» Fatima se permitio lanzar la pregunta al aire, en voz alta, sola en el salon. «?Por que no?», repitio sintiendo un dulce escalofrio. Hacia ya bastante rato que Efrain habia abandonado el palacio tras comunicarle las ultimas noticias relativas a Cordoba. Ella misma le habia apremiado a enterarse de que le iba a suceder a Ibn Hamid cuando los primeros moriscos valencianos empezaron a llegar a Berberia, y el judio se movio con rapidez y eficacia entre las redes comerciales que no entendian de religiones.
Efrain habia regresado hacia poco con las noticias que habia ido a buscar: se habia dictado la orden de expulsion y Hernando no tardaria en ser deportado a traves del puerto de Sevilla. Nada podria hacer el morisco por evitarlo. Segun habia averiguado el judio, Hernando Ruiz se habia granjeado muchos enemigos entre los dirigentes de la ciudad e incluso entre los de Granada, donde su pleito de hidalguia no habia llegado a prosperar. Su esposa cristiana quedaria en Espana con los hijos menores de seis anos.
En cuanto Efrain salio de la sala, la idea acudio a la mente de Fatima. Recorrio la amplia estancia con la mirada. Los muebles taraceados, los cojines y almohadones, las columnas, el suelo de marmol y las alfombras que lo cubrian, las lamparas... todo cobro un nuevo sentido, que le invitaba a tomar la decision. Hacia ya tiempo que se ahogaba en aquel lujoso entorno: Abdul y Shamir habian sido capturados por una flota de barcos espanoles que les tendio una encerrona cuando trataban de abordar una nave mercante que actuaba como senuelo. ?Como pudieron caer en semejante engano? Quiza debido a un exceso de confianza... Los marineros de una fusta que logro escapar trajeron noticias confusas y contradictorias: unos decian que habian muerto, otros que habian sido capturados y hubo hasta quien sostuvo que los habia visto lanzarse al mar. Luego, alguien trajo la noticia de que habian sido condenados a galeras, pero nadie pudo comprobarlo con seguridad. Fatima lloro por la suerte de su hijo, aunque en su fuero interno era consciente de que su relacion con el se habia visto enturbiada desde lo acontecido en Toga entre los corsarios e Ibn Hamid.
De inmediato, la viuda y los hijos de Shamir se echaron encima del gran patrimonio que este dejaba y los jueces, sin dudarlo, les dieron la razon.
La relacion de Fatima con la familia de Shamir era muy lejana: no era mas que la esposa de su hermanastro cristiano y los suegros de Shamir le dieron plazo para desalojar el palacio. ?Que podia hacer a partir de entonces? ?Vivir de la caridad de la esposa de Abdul o con alguna de sus otras hijas?
Pero existia una posibilidad. Lo habia hablado con Efrain;