Hamid corriendo a sus brazos, asegurandole que no la habia olvidado nunca, jurandole amor eterno. Luego se reprendia a si misma. Habian pasado mas de treinta anos... Ella ya no era joven, aunque sabia que seguia siendo hermosa. ?Acaso no tenia derecho a la felicidad? Fatima se dejo mecer por una imagen que la llenaba de ilusion: ella e Ibn Hamid, juntos en Constantinopla, hasta el fin de sus dias... ?Era una locura? Tal vez, pero nunca la locura le habia parecido tan maravillosa. Ahora que habia llegado a su destino, el nerviosismo se apodero de ella. Tenia que encontrarlo entre aquella multitud de desesperados, hombres y mujeres perdidos que se enfrentaban a un destino incierto.

—Avisa al piloto para que disponga lo necesario para que una barcaza me lleve a tierra —ordeno Fatima a uno de los tres nubios que decidio comprar a traves de Efrain. Si los anteriores, puestos para vigilarla por Shamir, habian cumplido bien su funcion, estos harian lo mismo para protegerla, ahora bajo sus ordenes—. ?Ve! —le grito ante la mirada de duda del esclavo—. Vosotros me acompanareis. No —se corrigio al pensar en la expectacion que podian originar los tres grandes negros—, dile al piloto que disponga de cuatro marineros armados para que vengan conmigo.

Tenia que desembarcar. Solo si buscaba entre la gente lo encontraria. Disponia de cedulas y autorizaciones suficientes. Efrain habia cumplido con su encargo, como siempre, sonrio. La senora tetuani figuraba como armadora de la carabela con autorizacion para una ruta con destino final en Berberia. Nadie la molestaria en el Arenal, se dijo Fatima, pero por si acaso..., palpo la bolsa repleta de monedas de oro que escondia entre sus ropas, podia sobornar a todos los soldados cristianos que corrian por la zona.

Descendio agilmente hasta la barcaza y al cabo estuvo sentada junto a una sirvienta y a cuatro marineros catalanes que el piloto dispuso a sus ordenes.

Con los marineros abriendole paso entre la muchedumbre, Fatima empezo a recorrer el Arenal manteniendo sus grandes ojos negros en todos cuantos la miraban con curiosidad. ?Cual seria el aspecto de su esposo?

Rafaela se sento, exhausta y derrotada, sobre un tocon a la vera del camino y solto a Salma y a Musa, que continuaron llorando pese a que la ultima parte del camino la habian hecho en brazos de su madre. Solo Muqla, a sus cinco anos, habia resistido en silencio, andando junto a ella, como si fuera verdaderamente consciente de la trascendencia del viaje. Pero la mujer no podia continuar. Llevaban varias jornadas de marcha en pos de los deportados cordobeses que solo les adelantaban media jornada, pero no lograba darles alcance. ?Media jornada! Los dos pequenos eran incapaces de andar ni siquiera un cuarto de legua mas y su lento caminar la exasperaba, aunque tambien intuia que la marcha de los cordobeses era tan lenta como la suya. Habia tirado la cesta con la comida, los habia cogido a los dos, uno en cada brazo y habia apresurado el paso. Pero ahora ya no aguantaba mas. Le dolian las piernas y los brazos, tenia los pies llagados y los musculos de su espalda parecian a punto de reventar entre agudos y constantes pinchazos. ?Y los pequenos continuaban lloriqueando!

Transcurrio el tiempo entre el silencio de los campos desiertos y los sollozos de los ninos. Rafaela mantuvo la vista en el horizonte, alli donde debia estar Sevilla.

—Vamos, madre. Levantaos —la insto Muqla justo cuando vio que se llevaba las manos al rostro.

Ella nego con el rostro ya escondido. ?No podia!

—Levantaos —insistio el pequeno, tironeando de uno de sus antebrazos.

Rafaela lo intento, pero en cuanto apoyo el peso sobre sus piernas, estas le fallaron y tuvo que sentarse de nuevo.

—Descansemos un rato, hijo —trato de tranquilizarle—,

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