siguiente que vio fueron unos ojos negros clavados en el. Le falto el aliento... ?Fatima! Sus miradas se cruzaron y quedaron fijas la una en la otra. Un incontrolable torbellino de sensaciones le atenazo y le impidio reaccionar: ?Fatima!
Fue el pequeno Muqla quien tuvo que detener a su madre, tirando de su mano, cuando esta aligero el paso a la vista de las murallas de Sevilla. ?Los moriscos habian aminorado su ya lento caminar! Los suspiros se oian por todas partes. El pavoroso sollozo de una mujer se alzo por encima del sonido de los cascos de las caballerias y del arrastrar de miles de pies. Un anciano que andaba junto a ellos nego con la cabeza y chasqueo la lengua, solo una vez, como si fuera incapaz de mostrar mayor dolor que el que se desprendia de aquella insignificante queja.
—?Caminad! —grito uno de los soldados.
—?Andad! —se escucho de boca de otro.
—?Arre, malas bestias! —los humillo un tercero.
Entre las carcajadas que surgieron de boca de los soldados tras la burla, Rafaela miro a su hijo. «?Continua igual que ellos! —Parecio indicarle el nino en silencio—; no nos descubramos ahora. ?Llegaremos!», le auguro con una sonrisa que borro de inmediato de sus labios. Pero Rafaela no queria entregarse a la desesperacion que se respiraba entre las filas de moriscos. Se solto de la mano de Muqla y zarandeo con carino a Musa.
—Vamos, pequeno, despierta —le dijo antes de darse cuenta de la mirada de sorpresa que le dirigia el arriero.
Rafaela vacilo, pero luego hizo lo mismo con Salma.
—?Ya llegamos! —susurro al oido de la nina, ocultando su ansiedad al arriero.
La pequena balbuceo unas palabras, abrio los ojos pero los volvio a cerrar, rendida por el cansancio. Rafaela la desmonto de la mula, la tomo en brazos y la apreto contra si.
—?Tu padre nos espera! —volvio a susurrar, esta vez escondiendo sus labios en el enmaranado cabello de la nina.
Fue Fatima quien rompio el hechizo: cerro los ojos al tiempo que apretaba los labios. «?Por fin!», parecio decirle a Hernando con aquel gesto. Luego se encamino hacia el, muy despacio, con los ojos negros llenos de lagrimas.
Hernando no pudo apartar la mirada de Fatima. Treinta anos no habian sido suficientes para marchitar su belleza. Una sucesion de recuerdos pugno por aflorar y le hizo temblar como una criatura justo en el momento en que ella llego a su altura.
—?Fatima! —susurro.
Ella le miro durante unos instantes, acaricio con la mirada aquel rostro, tan distinto del que recordaba. Los anos no habian pasado en balde, se dijo, pero el azul de aquellos ojos seguia siendo el mismo que la enamoro en las Alpujarras.
No se atrevia a tocarlo. Tuvo que agarrarse las manos para no lanzarle los brazos al cuello y llenar aquel rostro de besos. Alguien que pasaba la empujo sin querer y el la agarro para que no se cayera. Noto la mano en su piel y se estremecio.
—Ha pasado mucho tiempo —musito el por fin. Seguia cogido de su mano, aquella mano que tantas noches le habia acariciado.
Con un suspiro, Fatima dio un paso hacia el y ambos se fundieron en un estrecho abrazo. Por unos instantes, entre el tumulto que habia a su alrededor, los dos permanecieron inmoviles, sintiendo sus respiraciones, invadidos por mil y un recuerdos. El aspiro el aroma de sus cabellos, apretandola con fuerza, como si quisiese retenerla para