entregarme a ti. Ninguno de los dos correremos peligro. Empezaremos de nuevo.

Hernando escucho aquellas palabras y en su semblante aparecio una sombra de duda.

—Haremos llegar dinero al resto de tu familia —se apresuro a decir ella—. Efrain se ocupara. A ellos tampoco les faltara de nada, te lo juro. —Fatima no le dio tiempo a pensar y continuo hablando precipitadamente, con pasion. Amin y Laila se miraban el uno al otro, boquiabiertos, buscando inconscientemente el contacto de Miguel mientras escuchaban a aquella desconocida que habia besado a su padre—. Tengo un barco. Tengo los permisos necesarios para transportar a nuestros hermanos hasta Berberia. Despues, nosotros continuaremos navegando hacia Oriente. En poco tiempo estaremos instalados en una gran casa... ?No! ?En un palacio! ?Lo merecemos! Tendremos cuanto deseemos. Y podremos ser felices, como antes, como si nada hubiera sucedido a lo largo de estos anos, reencontrandonos cada dia...

Hernando se agitaba en un sinfin de sensaciones y sentimientos encontrados. ?Fatima! Los recuerdos acudian impetuosos a su mente, atropellandose los unos a los otros. La comunion en la distancia que durante los ultimos tiempos habia mantenido con Fatima, como si se tratase de un fanal etereo que alumbrara su camino, se habia trocado ahora en una realidad tangible y al tiempo maravillosa. Era..., era como si su cuerpo y su espiritu al tiempo hubieran despertado a la vida, permitiendo aflorar unos sentimientos que, de forma consciente y voluntaria, habia reprimido. ?Cuanto se habian amado a lo largo de los anos! Fatima estaba alli, delante de el, hablandole sin cesar, ilusionada, apasionada. ?Como habia sido capaz de pensar que todo aquel amor podia desaparecer?

—Nadie podra separarnos de nuevo, jamas —repetia ella, una vez mas, cuando Hernando desvio la mirada hacia sus hijos.

?Y ellos? ?Y Rafaela? ?Y los pequenos que habian quedado en Cordoba? Una casi imperceptible sacudida de repulsa vino a turbar el hechizo del momento. ?Los estaba traicionando? Amin y Laila mantenian la mirada clavada en el, haciendole mil preguntas silenciosas al tiempo que mil reproches. Hernando sintio sus censuras como finas agujas que se clavaban en su carne. ?Quien es esa mujer que te besa y a la que has acogido con tanta pasion?, parecia echarle en cara su hija. ?Que vida es esa que tienes que reemprender lejos de mi madre?, le recriminaba Amin. Miguel..., Miguel se mantenia cabizbajo, sus piernas mas encogidas que nunca, como si toda su vida, todos sus esfuerzos y renuncias, se concentrasen en el barro sobre el que se apoyaban sus muletas.

Fatima habia callado. El alboroto, los lamentos de los miles de moriscos reunidos en el Arenal se hicieran sonoros de repente. La realidad se imponia. Los cristianos los habian echado de Cordoba. Le aguardaba el destierro, un futuro incierto, tanto a el como a sus hijos. ?Tal vez Dios hubiera puesto ahora a Fatima en su camino! ?No podia ser otro sino El quien habia llevado hasta alli a su primera esposa!

Iba a responderle cuando la voz de su hija Laila le sorprendio.

—?Madre! —exclamo la nina de repente, echando a correr.

—?Lai...! —empezo a decir Hernando. ?Madre? ?Habia dicho madre? Vio entonces a Amin, que salia en pos de su hermana.

No pudo decir mas. Se quedo paralizado. A varios pasos de donde se encontraba, Rafaela abrazaba a Amin y Laila y les besaba rostros y cabezas. Alrededor se encontraban los tres pequenos, quietos, mirandole expectantes.

Con ternura, Rafaela aparto de si a los ninos y se irguio frente a su esposo. Entonces le sonrio apretando los labios en un gesto decidido, triunfal. «?Lo he conseguido! ?Aqui estas!», le decian. Hernando fue incapaz de reaccionar. La mujer se extrano

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