renunciar a sus suenos aunque eso significase... Ya lo arreglaria.
Hernando se volvio hacia Fatima y Rafaela percibio la duda en su esposo. ?Por que dudaba? ?De que hablaba aquella mujer? ?Ir adonde? ?Y con ella?
—?Que es esta locura? —pregunto entonces.
—Que si lo deseas —contesto Fatima—, tu y tus hijos podreis venir con nosotros a Constantinopla.
—Hernando —Rafaela se dirigio a su esposo con dureza—. Te he entregado mi vida. Estoy..., estoy dispuesta a renunciar a los dogmas de mi Iglesia y a compartir contigo la fe en Maria y el destino que te aguarda, pero jamas, ?me escuchas? —Mascullo—, jamas te compartire con otra mujer.
Finalizo sus palabras senalando a Fatima con el indice.
—?Y que otra alternativa tienes, cristiana? —le dijo esta—. ?Crees que te dejaran embarcar con el hacia Berberia? No te lo permitiran. ?Y te quitaran a los ninos! Lo sabeis ambos. Lo he visto mientras esperaba: los arrancan sin la menor compasion de los brazos de sus madres... —Fatima dejo que las palabras flotaran en el aire y entrecerro los ojos al comprobar que Rafaela mudaba el semblante ante la posibilidad de perder a sus pequenos. La comprendio, entendio su dolor al pensar en su propio hijo, muerto por culpa de esos cristianos, pero al mismo tiempo el recuerdo la enfurecio. Era una cristiana, no merecia su compasion—. ?Lo he visto! —Insistio Fatima con terquedad—. En cuanto comprueben que ella no tiene papeles moriscos, que es una cristiana, la detendran, la acusaran de apostasia y os quitaran a los ninos.
Rafaela se llevo las manos al rostro.
—Hay cientos de soldados vigilando —prosiguio Fatima.
Rafaela sollozo. El mundo parecia desdibujarse a su alrededor. El cansancio, la emocion, la tremenda sorpresa. Todo parecio unirse en un instante. Sintio que le fallaban las piernas, que le faltaba el aire. Solo oia las palabras de aquella mujer, cada vez mas difusas, cada vez mas lejos...
—No teneis escapatoria. No hay forma de salir del Arenal... Solo yo puedo ayudaros...
Entonces Rafaela, ahogando un gemido, se desmayo.
Los ninos corrieron a su lado, pero fue Hernando quien, apartandolos, se arrodillo junto a ella.
—?Rafaela! —Dijo, palmeandole las mejillas—. ?Rafaela!
Desesperado, miro a su alrededor. Sus ojos se cruzaron, solo un instante, con los de Fatima, pero ese fugaz contacto sirvio para que esta comprendiese, antes que el incluso, que lo habia perdido.
—No me abandones —suplicaba Rafaela, medio aturdida—. No nos dejes, Hernando.
Miguel, los ninos y Fatima observaban a la pareja algo alejada de ellos, junto a la ribera del rio, adonde Hernando habia llevado a su esposa. Rafaela aun tenia el semblante palido, su voz seguia siendo tremula; no se atrevia ni a mirarle.
Hernando todavia sentia el aroma de Fatima en su piel. No hacia mucho rato se habia entregado a ella, deseandola; hasta habia sonado fugazmente, unos meros instantes, en la felicidad que le proponia. Pero ahora... Observo a Rafaela: las lagrimas corrian