por sus mejillas mezclandose con el polvo del camino que llevaba pegado en su rostro. Vio temblar el menton de Rafaela, que trataba de reprimir sus sollozos como si quisiera presentarse ante el como una mujer dura, decidida. Hernando apreto los labios. No lo era: era la muchacha a la que habia librado del convento, aquella que poco a poco, con su dulzura, habia ganado su corazon. Era su esposa.
—No te dejare nunca —se oyo decir a si mismo.
La tomo de las manos, dulcemente, y la beso. Luego la abrazo.
—?Que haremos? —escucho que le preguntaba ella.
—No te preocupes —musito tratando de parecer convincente.
Los ninos no tardaron en rodearles.
—Ahora hay algo que debo hacer... —empezo a decir Hernando.
Miguel se separo cuando vio acercarse a Hernando donde todavia estaba Fatima.
—He venido a buscarte, Hamid ibn Hamid —le recibio ella con seriedad—. Creia que Dios...
—Dios dispondra.
—No te equivoques. Dios ya ha dispuesto esto —anadio senalando la muchedumbre que se apretujaba en el Arenal.
—Mi sitio esta con Rafaela y mis hijos —dijo el. La firmeza de su tono no admitia replica.
Ella temblo. Su rostro se habia convertido en una mascara bella y dura. Fatima hizo ademan de marchar, pero antes de dar un solo paso volvio sus ojos hacia el:
—Yo se que todavia me amas.
Tras estas palabras, Fatima dio media vuelta y empezo a alejarse.
—Espera un momento —le rogo Hernando. Corrio hacia donde estaban los caballos y volvio enseguida, con un paquete en sus manos; rebuscaba en su interior al llegar a su lado—. Esto es tuyo —dijo entregandole la vieja mano de oro. Fatima la cogio con mano temblorosa—. Y esto... —Hernando le acerco la copia arabe del evangelio de Bernabe de la epoca de Almanzor—, estos escritos son muy valiosos, muy antiguos y pertenecen a nuestro pueblo. Yo debia intentar hacerlos llegar a manos del sultan. —Fatima no cogio los pliegos—. Se que te sientes defraudada —reconocio Hernando—. Como bien has dicho antes, es dificil que escape de aqui, pero lo intentare y si lo consigo, continuare luchando en Espana por el unico Dios y por la paz entre nuestros pueblos. Entiendeme, puedo arriesgar mi vida, puedo arriesgar la de mi esposa y hasta la de mis hijos, puedo incluso renunciar a ti..., pero no puedo arriesgar el legado de nuestro pueblo. No puedo hacerme cargo de esto, Fatima. Los cristianos no deben hacerse con el. Guardalo tu en homenaje a nuestra lucha por conservar las leyes musulmanas y haz con el lo que consideres mas oportuno. Cogelo, por Ala, por el Profeta, por todos nuestros hermanos.
Ella extendio una mano hacia el legajo.
—Piensa que te ame —aseguro entonces Hernando—, y que seguire haciendolo hasta mi... —Carraspeo y permanecio callado un instante—. Muerte es esperanza larga —susurro.
Pero Fatima habia dado media vuelta antes de que el pudiera terminar la frase.
Solo despues de ver como Fatima desaparecia entre la muchedumbre, Hernando llego a comprender la verdad de las palabras que ella habia pronunciado.