proporcionar una mujer cristiana para hallarse en el Arenal con sus hijos pequenos? La detendrian. Seguro.

—Pero...

—Ve, Miguel.

Hernando abrazo a su amigo y luego ayudo a Miguel a encaramarse a su mula. Quiza aquella fuera la ultima vez que lo viera.

—La paz, Miguel —le dijo al pasar junto a ellos. El tullido murmuro una despedida—. No llores, Rafaela —anadio al volverse hacia su esposa y encontrarsela con lagrimas en los ojos—. Lo conseguiremos... con la ayuda de Dios lo conseguiremos. Ninos, tenemos mucho trabajo y poco tiempo —apremio a Amin y Laila.

Se acerco a los caballos, que descansaban rendidos por el viaje. Miguel, como habia advertido en su dia, les habia reducido la comida para que perdieran fuerzas y soportasen sumisos la carga de bultos, mujeres y ancianos. Casi todos ellos presentaban rozaduras y mataduras por la carga que habian transportado. Hernando cogio ronzales y cuerdas.

—Atadlos a todos entre si, de una cabezada a la otra, bien fuerte —explico a sus hijos entregandoles varios ronzales y reservandose unas cuerdas largas—. No —rectifico sopesando la dificultad de controlar dieciseis caballos atados—; atad... diez como mucho. Quiero que vayas con los tres pequenos hasta el otro extremo —dijo entonces, dirigiendose a Rafaela—. Tu tardaras mas que nosotros. Alli deberas apostarte lo mas cerca del cuerpo de guardia que te sea posible, pero sin que te vean o sospechen de ti. Lanzare los caballos contra ellos... —Rafaela se sobresalto—. Es lo unico que se me ocurre, amor mio. Cuando eso suceda, cruza rapidamente con los ninos y escondete entre las matas de la ribera, alli no hay barcos, pero no te quedes quieta, vete, alejate cuanto puedas. Continua por la ribera rodeando la muralla hasta que dejes atras la ciudad y te encuentres con Miguel.

—?Y vosotros? —pregunto ella, consternada.

—Llegaremos. Confia en ello —le aseguro Hernando, pero el temblor de su voz contradecia su firmeza.

Hernando le dio un dulce beso y la urgio a cruzar el Arenal. Rafaela titubeo.

—Lo conseguiremos. Todos —le insistio Hernando—. Confia en Dios. Ve. Corre.

Fue el pequeno Muqla quien tiro de la mano de su madre para encaminarla hacia el otro extremo del Arenal. Hernando perdio unos instantes observando como parte de su familia se perdia entre la muchedumbre; luego se volvio con resolucion para ayudar a sus hijos.

—?Habeis oido lo que le he dicho a vuestra madre? —pregunto a los dos mayores. Ambos asintieron—. De acuerdo entonces. Cada uno de vosotros ira a un lado de la manada; yo los dirigire. Nos costara pasar entre tanta gente, pero tenemos que conseguirlo. Por suerte la mayoria de los soldados estan de fiesta en la ciudad y ya no deambulan entre nosotros; no nos detendran. —Hablaba con energia mientras ataba los caballos, sin dar oportunidad a que sus hijos se plantearan lo que iban a hacer—. Arreadlos por detras y por los costados para que caminen —les ordeno—, hacedlo con brio, sin que os importe lo que nadie pueda deciros. Nuestro objetivo es cruzar esta explanada, como sea. ?Me habeis entendido? —Amin y Laila asintieron de nuevo—. Cuando estemos cerca de la salida, quedaos detras de ellos, luego escapad y corred igual que vuestra madre. ?De acuerdo?

No espero confirmacion. Los diez caballos ya estaban atados. Entonces Hernando cogio las cuerdas largas y, por encima de las cruces, las ato a las manos de dos de los animales que irian en cabeza, luego agarro del ronzal a otro que pretendia llevar libre.

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