Sintio como se le encogia el estomago al recorrer el Arenal con la mirada. Miles de moriscos encarcelados en aquella superficie; soldados y escribanos dando ordenes sin cesar; gente embarcando; mercaderes y buhoneros tratando de aprovecharse de la ultima blanca de aquellas gentes arruinadas; sacerdotes pendientes de que nadie escapase con ninos menores...
—?Que hacemos, Hernando? —inquirio Rafaela, aliviada al ver alejarse a aquella mujer. De nuevo estaban juntos, eran una familia. Los ninos los rodeaban y esperaban, expectantes, ya todos junto a el.
—No lo se. —No podia apartar la mirada de Rafaela y los ninos. Habia estado a punto de perderlos...—. Aun suponiendo que, de una forma u otra, tu pudieras embarcar como morisca, nunca dejarian hacerlo a los ninos. Nos los robarian. Tenemos que escapar de este agujero. No hay tiempo que perder.
Bajo el resplandor que el atardecer arrancaba de los azulejos de la Torre del Oro, Hernando observo las murallas de la ciudad. Rafaela le imito; Miguel tambien lo hizo. A sus espaldas no habia salida: la propia muralla y el alcazar cerraban el paso. Algo mas alla se hallaba la puerta de Jerez que daba acceso a la ciudad, pero estaba vigilada por una compania de soldados, igual que la del Arenal y la de Triana. Solo podia salirse de alli por el rio Guadalquivir. Rafaela y Miguel vieron que Hernando negaba con la cabeza. ?Eso era imposible! Bajo concepto alguno debian acercarse a los barcos, con los escribanos y sacerdotes vigilando la ribera. La unica salida era la misma por la que habian accedido al Arenal, en el otro extremo, extramuros, aunque tambien se trataba de un lugar fuertemente vigilado por soldados. ?Como podrian hacerlo?
—Esperadme aqui —les ordeno.
Cruzo el Arenal. Efectivamente, en la entrada se apostaba un cuerpo de guardia, provisto de armas, en unos chamizos precariamente construidos para recibir las columnas de moriscos. Hernando observo, sin embargo, que los soldados perdian el tiempo charlando o jugando a los naipes. Ya nadie entraba y ningun morisco se atrevia a intentar salir. Los cristianos que se hallaban en el Arenal lo abandonaban por las puertas de acceso a la ciudad, no por una zona que continuaba rodeando las murallas. Sin embargo... ?Tenian que salir!
Regreso a la Torre del Oro cuando empezaba a anochecer; la hora de la oracion. Hernando miro al cielo e imploro la ayuda divina. Luego reunio a Rafaela y Miguel, tambien a Amin y Laila. Era arriesgado, muy arriesgado.
—?Donde estan los hombres que has traido con los caballos?—le pregunto a Miguel.
—En la ciudad. Queda uno de guardia.
—Dile que vaya con sus companeros. Dile..., dile que me gustaria pasar la ultima noche con mis caballos, a solas. ?Lo creera?
—Le importara muy poco el porque. Saldra a divertirse. Les he pagado. Tienen dinero caliente y la ciudad bulle.
Esperaron a que Miguel volviese.
—Hecho —confirmo el tullido.
—Bien. Tu, como cristiano, puedes salir de aqui... —Miguel fue a quejarse pero Hernando le interrumpio—. Haz lo que te digo, Miguel. Solo tendremos una oportunidad. Abandona el Arenal por cualquiera de las puertas, cruza la ciudad y sal por otra de ellas. Esperanos mas alla de las murallas.
—?Y ella? —intervino el tullido senalando a Rafaela—. Tambien es cristiana. Podria salir conmigo...
—?Con los ninos? —pregunto Hernando—. No superaria el cuerpo de guardia. Creerian que ha entrado para robarlos y los perderiamos. ?Que excusa podria